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viernes, 15 de diciembre de 2023

Concurso de relatos 39ª Ed. Harry Potter y la piedra filosofal de J. K. Rowling

 

CONCURSO DE RELATOS 39ª Ed. HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL de J. K. Rowling

Mi amigo Enrique y yo

Desde que, de niños, nos conocimos, Enrique y yo fuimos inseparables. Hasta ese punto llegó nuestra cómplice amistad, pero con el paso de los años la fui ocultando para evitarme ser tachado, cuando menos, de infantil.

Recuerdo mi último curso de primaria como el detonante de lo que acontecería después de aquel verano. Mis notas fueron bajando hasta aprobados rasos, en gran medida por dedicar el tiempo de estudio a encontrarme con Enry. Nos lo pasábamos tan bien los dos solos que todo lo demás me parecía un aburrimiento insufrible.

Fue, precisamente, mi amigo quien me advirtió del cambio de escuela para el curso siguiente; él siempre se enteraba de todo. Mis tutores legales, un pomposo abogado de media edad y una prima segunda mía de la misma quinta, eran los que se ocupaban de mi educación desde que mis padres fueron clientes (a pensión completa) de un sanatorio mental para gente bien.

Por mis justas calificaciones, a esa siniestra pareja (que lo era en todos los sentidos) de tutores míos, le vino la feliz idea de deshacerse de mí en un colegio mayor de gran renombre, pero tan distante y aislado de la civilización que ni un pobre diablo se acercaría. Un internado tan veterano como inexpugnable que en tiempos fue convento de clausura y hasta seminario. Y, desde hace unas décadas, un centro educativo para adolescentes con medios pero algo problemáticos.

Yo ya sabía como las gastaban mi prima y su abogado, esperarían hasta casi inició del curso para darme la buena nueva. Pero gracias a mi inseparable amigo, cuando ellos vinieran ya estaría de vuelta y bien preparado para el cambio que se me avecinaba; al menos, Enrique, estaría también conmigo en el nuevo colegio. No había mucha información por Internet salvo la web oficial y, por su sobrio aspecto, parecía más dedicada a satisfacer los gustos vengativos de padres y tutores que del bienestar de sus internados.

De las actividades de mi futura cárcel estudiantil la única que me gustó fue que había esgrima y ajedrez. Por las indicaciones del reglamento interno del que tanto se enorgullecía el centro, aquello era un copia y pega de las estrictas normas de un convento de clausura y la disciplina de una academia militar.

El primero de septiembre, en la comida familiar, mis tutores a coro me lanzaron la noticia como un premio para mi desarrollo intelectual que no podía rechazar. Y casi sin tiempo, para acabarme el postre, fui llevado a la estación a coger un tren que por la noche combinaría con un expreso que al día siguiente, cuando menos, me dejaría cerca de Transilvania. Luego un autobús, este ya del colegio, nos recogería para hacer la última etapa de esta odisea de viaje. 

La verdad es que disfruté del viaje, Enrique y yo no nos separamos ni un momento preparando estrategias para las previsibles novatadas que nos esperarían siendo los de primer curso. En la segunda jornada de tren echamos un vistazo por todos los vagones buscando algún posible interno más y únicamente dimos con un grupo sospechoso, pero por desgracia uno o dos años mayores.

Al subir al bus pude confirmar que los cuatro chavales del tren eran del colegio y, por sus miradas de reojo, que ya se relamían cual gatos de lo que me harían esa misma noche en el internado. Para no delatarme, durante las tres horas de trayecto por aquella sinuosa comarcal en la tartana, con Enrique solo hablé con gestos y señas como solíamos hacer cuando queríamos pasar desapercibidos. 

El recibimiento fue tan frío como cabía esperar en semejante penal, ya contaba con ello, y me asignaron una pequeña celda como a cualquier otro novicio. En la cena, todavía por señas, Enry me dio a entender que éramos los primeros en llegar, pero que al día siguiente vendría el resto. Estaba claro que los cuatro veteranos esa misma noche se estrenarían únicamente conmigo.

Sabiendo lo que pasaría tenía dos opciones: retrasar la novatada, bloqueando la puerta con la silla y dos cuñas que me había preparado, o enseñar mis cartas desde el primer día. Opté por lo segundo y ni siquiera eché la llave, pero sí giré el espejo, lo justo, para que la tenue luz del patio (reflejada de la ventana) dejara una esquina de la habitación en completa penumbra.

No se hicieron mucho de rogar mis bromistas compañeros. Como cuatro fantasmas (enfundados en sábanas) sigilosos entraron en mi cuarto poniéndose cada uno en una esquina de la cama con la intención de asustarme cruelmente. Al tercer intento de su ulular se dieron cuenta de que intentaban intimidar a una almohada tapada.

Yo les observaba mimetizado con la penumbra de esa esquina ciega hasta que no pude evitar una carcajada al ver su frustración por aquel ridículo. Entonces, al quedar delatado, se volvieron desafiantes y me maldijeron, acercándose raudos con intención de no errar nuevamente.

Otro maldito autista que se cree muy listo, dijo el más bravucón. Enry ya no pudo contenerse ante ese insulto e hizo aparición; él no necesita sábana alguna para parecer un espectro. Los cuatro fantasmas de guardarropía salieron despavoridos, casi atravesando la puerta, al no acertar a abrirla.

Cuando un médico me diagnosticó Síndrome de Asperger, mi tío tatarabuelo Enrique (el que se ahogó de niño en el Titanic) se me empezó a aparecer; con su traje de marinerito, para hacerse mi mejor amigo.

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(900 palabras)




domingo, 15 de octubre de 2023

CONCURSO DE RELATOS XXXVIII ED. MATAR UN RUISEÑOR DE HARPER LEE. "Los olvidados del sótano"

 

CONCURSO DE RELATOS XXXVIII ED. MATAR UN RUISEÑOR DE HARPER LEE.



Los olvidados del sótano

Las oficinas, sobre todo las que ocupan un edificio entero, son en sí mismas una completa sociedad en horario laboral; cual hormiguero humano.  En mi primer año laboral yo fui una mezcla entre becario, chico de la fotocopia, y cartero, de una importante firma únicamente nacional; Pero, eso sí, con un inmueble propio de seis plantas.

En este tipo de empresas la lógica piramidal establecía que cuanto más arriba llegaras también lo haría el salario así como que el trabajo se basaría en tomar decisiones sobre las tareas de la planta inferior. Por ello, los jefes ejecutivos de la sexta aprobarían, o no, los procesos de los directores generales. Y estos, a su vez, sobre los objetivos de los responsables de departamento de la cuarta planta.

Llegar a encargado de sección era la meta profesional a la que los empleados normales podíamos aspirar, aunque quedarse en técnico de departamento del segundo piso o de servicios de la primera era lo más habitual; incluso, de atención al público, en la planta baja.

Yo aquel año empecé desde abajo, en el mismo sótano donde se ubicaba el archivo y custodia de toda la documentación de la empresa. Tanto la física como la informatizada en el servidor. De ahí mi multifuncionalidad, fotocopiando, escaneando, o como cartero recogiendo y entregando sobres por todas las plantas.

Mi jefe (jefa) era el único responsable departamental que no tenía su despacho en la cuarta planta como sus homólogos. En su primera etapa laboral, gracias a un curriculum con tres licenciaturas y dos doctorados (ni los de la sexta tenían ese nivel académico), promocionó rápidamente. Pero en aquella época era la única mujer titulada y, las mentes mal pensantes, vieron a Dios creando un responsable de archivo y custodia de documentación. Y algo que iba a ser puntual y provisional pasó a ser una cadena perpetua dado que aquel (hasta entonces) infravalorado departamento empezó a ser eficiente y operativo gracias a ella.

Con el paso de los años, los de arriba (muy intencionadamente), se fueron olvidando de aquella perla relegada al sótano del edificio. Y mi jefa, por su parte, fue asumiendo asumió que allí acabaría su carrera laboral; sin más reconocimiento que el de su perfecta organización (y la correspondiente prima), pero sin opciones de subir planta alguna. Y eso que, cuando yo fui contratado, en la sexta ya había una ejecutiva (una simple licenciada, pero hija de uno de los socios); más dos arpías en el quinto piso, la de directora de recursos humanos y la de compras (también con algún apadrinamiento poco transparente).

Estuve tres meses a prueba y doña Reme (para su mala estrella Remedios se llamaba mi jefa), a pesar de ser bastante estricta (y hasta gruñona) me permitió seguir; a pesar de varias torpezas acordes con mi inexperiencia. Ella no era tan vieja como para ser mi madre, pero sí esa hermana mayor mandona y seria. El caso es que en un par de años, en aquel sótano nos quedamos nosotros dos solos, mis otros compañeros (todos con alguna tarjeta de alguien superior) promocionaron de planta. Y, estando ya todo informatizado, la empresa consideró que, con un responsable y un ayudante, el departamento de documentación y custodia ya estaba bien dimensionado.

Mi temprana promoción (aun siendo allí abajo) me vino muy bien económicamente y sé que Remedios tuvo mucho que ver con ello. En los siguientes años optimizamos tanto el departamento que salvo para los buitres de la sexta establecimos un horario de entrega y recogida de documentación que, a pesar de las críticas de los de la cuarta y quinta planta, mejoró aún más nuestra eficiencia. Tal vez por eso, nuestros compañeros de arriba, nos pusieron los motes de la bruja y el chupatintas del sótano.

Yo ante aquel menosprecio, una mañana tomando un café los dos (dentro de nuestra cueva habíamos habilitado un cuartito a modo de cocina), rompí el hielo jerárquico y empecé a tutear a Remedios. Ella (mi superiora) ya lo hacía desde el primer día y, entre risas, me dijo: «Ya has tardado en decidirte». 
Aquel momento fue tan mágico, en muchos sentidos, que a ambos nos libró de todo el mal rollo que ese sótano nos había provocado.

Nos habíamos liberado de esa enfermiza frustración laboral reflejada en nuestros rostros, ahora podíamos mirar con cordialidad; y, hasta cómplices, sonreír. Nuestra metamorfosis motivó en todo el edificio el rumor de que fijo manteníamos relaciones. Con la próxima absorción de la empresa por una multinacional, los de arriba decidieron que los amantes del sótano (como nos llamaban ahora), sobrábamos; máxime teniendo tan automatizado el departamento de archivo y custodia.

Una comitiva encabezada por la directora de recursos humanos y cuatro o cinco pedorros más de los últimos pisos bajaron a nuestro sótano a avergonzarnos por nuestra falta de pudor y decencia, exigiéndonos con intimidación (literalmente insultos) firmar 
un despido por causas objetivas para evitar juicios y más escándalos. Reme y yo, después de mirarnos con sorpresa, no pudimos evitar soltar una carcajada.

La sentencia en el juicio fue muy clara, tanto que ninguno de aquel comité puritano forma parte de la plantilla de la nueva empresa. Nuestro sistema de trabajo incorporaba numerosas cámaras de seguridad y lo único escandaloso que recogieron fue aquel amago de linchamiento. Ahora, Reme dirige el centro de datos de la multinacional desde una séptima planta; y yo, soy su compañero, a jornada completa.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

MICRORRETOS: LA INSPIRACIÓN | FUSIÓN VADERETO & EL TINTERO DE ORO

 
MICRORRETOS: LA INSPIRACIÓN | FUSIÓN VADERETO & EL TINTERO DE ORO

No todo lo que reluce es…

La falta de inspiración es un agujero negro del que no se salva Musa alguna, ni la de la mayonesa. Ante esto, únicamente, me queda pasear cada día hasta circunvalar mi pequeña ciudad y volver al punto de partida como en un bucle estéril de cualquier contenido.


Aquella tarde, con la mirada perdida en la geometría del adoquinado, al lado de un contenedor habían depositado un montón de objetos de oficina todos polvorientos viejos y destartalados. Al llegar a su altura un brillo metálico entre tanta sucia carpeta me hizo parar para identificar su naturaleza.


Un machacado tintero dorado en su esplendor y ahora solo amarillento era el objeto en cuestión. El veterano portador de tinta ocultaba un mensaje que al limpiarlo descubrí cuando en casa (colecciono objetos venidos a menos como yo mismo). La inscripción en la base de metal era cuando menos curiosa: «pídeme un deseo y lo verás por escrito».


Esa misma noche tuve un sueño de lo más raro en el que yo escribía como un poseso mojando una y otra vez el plumín en la tinta de mi viejo tintero dorado. Por la mañana me acerqué a una papelería y compre tinta, plumas, y cuadernos de caligrafía.


Bien, si Las Musas me han dado la espalda y La Imaginación con ellas (de orgía) fijo se haya ido, yo no me pienso rendir y por aquí seguiré con el plan B; aprendiendo a escribir, literalmente, con estilo y buena letra.

jueves, 15 de junio de 2023

CONCURSO DE RELATOS 37ª Ed. DESDE RUSIA CON AMOR de Ian Fleming (Mi primera misión)

 


Mi primera misión

Este maldito horario de verano me hizo retrasar la misión hasta casi las diez de la noche —por lo que tarda en anochecer y andaré justísimo de tiempo—, pero hoy jueves quince de junio es el último día en que puedo conseguir la documentación. Una media pinza —por supuesto de madera, las de plástico suelen romperse— que dejé por la mañana en la ventana del laboratorio de química cumplió con su cometido y no necesité de mucha fuerza para abrirla y colarme dentro.


Ahora venía la parte más complicada del plan, cruzar todos los pasillos sin disparar las alarmas de presencia. Para ello me pasé dos semanas haciendo un reconocimiento exhaustivo de todas las zonas de paso, cruces entre ellos, y por supuesto cada uno de los puntos donde estaban los dichosos sensores. Igual que un comecocos —con un detallado plano en mi móvil— fui dando vueltas y rodeos para evitar la mayoría de esas trampas. Pero con los chivatos, que estaban entre dos pasillos, no me quedaba otra que pegarme como calcomanía a la pared y deslizarme muy despacito.


Únicamente, me tuve que restregar tres veces —pensando para mis adentros que a la tercera sería la vencida— y en cada uno de esos largos minutos mis aceleradas pulsaciones parecían retumbar como un eco delator. No obstante, yo no quitaba ojo a la cajita radar por si encendía su piloto rojo a mi paso; y por ende la cámara que llevan incorporada. Sabía que por ruido no se dispararían, su micrófono se activa junto con la imagen cuando detectan algún objeto (persona) en movimiento delante suyo.


Por fin, ya estaba delante del pasillo de los despachos y su WC particular. Otra fase de mi elaborado y exquisito plan conseguida, el premio estaba cerca, pero todavía tenía que preparar mi huida y todo dependería del gato del conserje; que sería mi llave para marcharme de rositas. Accedí al servicio y abrí el ventanuco de ventilación —está claro que si fuera más grande lo habría usado como acceso y me hubiera evitado el videojuego en vivo—, con la mano pude alcanzar una cuerda que, justo antes de entrar, había dejado en la repisa. Al tirar de ella una bolsa de lona (de la medida justa) pasó por el pequeño hueco. Abrí un poco la cremallera para comprobar que su contenido estaba bien. Un tierno maullido me lo confirmo, Fleming se estaba desperezando.


Me pasé una buena temporada mimando con chucherías para gatos a esa pasota bola de pelo blanco; así que, por unas galletitas, se debió pensar que lo de meterse en la bolsa era un juego más. Es curiosa la historia de este animal, por su aspecto era como de angora con tintes callejeros. Sus dueños, seguramente de la zona pija, lo abandonarían por aquí —justo al otro extremo—, para que no acertase a regresar. El caso es que el conserje lo vio hurgando en los cubos de basura y, aunque intentó espantarlo, el gato se mostró mimoso y noble; por esa buena actitud quedó oficiosamente empleado como la mascota del centro.


Volvamos a la misión que el tiempo corre, y necesito de cada segundo, para el éxito de mis intereses. La puerta del despacho del director es de cerradura normal y pomo como el resto, además no se cierran con llave porque es fácil que se boqueen; ya ha pasado alguna vez y desde entonces la llave es solo para girar el resbalón. Esta información la viví de primera mano un día que tuvo que venir el cerrajero y también aprendí que con la holgura del marco, una tarjeta de plástico, y algo de maña se pueden abrir. La única pega es que, cuando yo intente forzarla, el sensor de la entrada del personal me detectará; aunque la cámara de seguridad, aquí independiente, apunte hacia el acceso a la calle.


Pongo el cronómetro en marcha, máximo diez minutos es lo que tardara en llegar la patrulla del barrio; y el conserje, que vive en los bloques de enfrente, parecido al oír la sirena y luces de la alarma. A mi cuarto intento con la tarjeta un clásico ulular con destellos rompe el plácido silencio. Bueno, ya estoy dentro del despacho y nada más me falta abrir el archivador para recuperar mi expediente y de paso el de algunos compañeros más. Para esa pequeña cerradura me hice una llavecita maestra con ayuda de una disimulada foto al llavero del director. Misión cumplida, he dejado las carpetas inmaculadas y hasta septiembre no se mirarían, además Don Norberto (Doctor, le gusta más) se jubila; y el nuevo Míster, no tendrá ni idea de lo que allí pudo haber archivado.


Mi plan de huida es de encaje de bolillos, he sacado a Fleming de la bolsa y con una galleta he conseguido que se acerque hacia la puerta de entrada y justo la policía llegando a la verja exterior. Y al poco Jaime llaves en mano. Con un espejito controlo cuando el señor Bonet (el conserje) mete el código y se apaga la alarma. Rápido, como una centella, recorro los pasillos hasta el laboratorio de química y salgo por donde entré.


Fleming será una mimosa cabeza de turco y yo estaré en casa para las once; dije, explícitamente, que iría al cine a ver una película de espías. Y mañana, en el instituto, ni compañeros, ni profesores, sabrán el motivo de mi sarcástica sonrisilla. 

(900 palabras)

martes, 30 de mayo de 2023

MICRORRETO: LA PALETA DE LAS EMOCIONES (Diario de un Percebe: 30 de mayo de 2023)

 

Bueno, después de ver las tablas de las emociones y hacerme un lío con todas ellas y sus colores me lanzo a pillar el último tren que ya estamos a fin de mes y echo mano de una entrada de diario para no quedarme con cara de bobo solo en el andén.


Diario de un Percebe: 30 de mayo de 2023


Hoy me levanté con sueño y tortícolis menudo trío, tan habitual, formamos. Medio adormilado puse la máquina del café, esta vez me acordé de poner la taza debajo del pitorro y también de la cucharadita de miel. Pero cuando, con ganas, tomé el primer sorbo no deje santo ni Alma en el cielo con mis juramentos. ¡No puede ser!, ¡otra vez no!, con las prisas no cambié la cápsula de café y aquel recuelo sabía a aguachirle de fregar.

En mi paseo matinal la suerte cambió cuando creí ver un billete de diez euros en el bordillo y presuroso, pero con el disimulo de atarme los cordones, me agaché a su lado; no fuera que hubiera alguien que lo reclamara como propio y tuviera que darlo o, en el mejor caso, repartirlo con un desconocido. Este lance me sirvió para apuntarme que debía pasar por la óptica y volver a graduarme la vista.

La comida en mi restaurante fue espectacular, las alubias en su punto, tanto que en vez de segundo repetí del primero regresando a casa con la tripa plena y satisfecha. En el ascensor me encontré con la vecina de los caniches. Mi error fue que subiéramos los cinco, pero con el apretón que ya tenía no podía esperar al siguiente viaje.

La primera ventosidad fue silenciosa, pero no pasó desapercibida para el olfato de los canes que empezaron a gruñirme ante la incredulidad de la dueña. Justo al llegar a mi planta, una sonora deflagración me delató.

sábado, 15 de abril de 2023

CONCURSO DE RELATOS 36ª Ed. EL PENTAMERÓN de Giambattista Basile (La posada de El Bosque de las Sombras)

 

CONCURSO DE RELATOS 36ª Ed. EL PENTAMERÓN de Giambattista Basile



La posada de El Bosque de las Sombras


El Bosque de las Sombras es la tierra de nadie que separa El Reino del Valle de El Ducado de la Montaña. La leyenda cuenta que Uthar el viejo, consumido por una envidia atroz hacia su primer ministro el duque Zor, lo desterró con toda su casa a las abandonadas minas de la montaña esperando que, durante el crudo invierno, todos sucumbieran. Pero, gracias a las innumerables grutas y galerías el nuevo ducado consiguieron sobrevivir, encontrando además nuevas y fructíferas vetas de metales y hasta de piedras mágicas.


Con el paso del tiempo las nuevas generaciones de ambos dominios habían establecido unas fructíferas relaciones comerciales, aunque no exentas de traiciones y continuas conspiraciones. De hecho, el nombre de Bosque de las Sombras viene porque en él habitamos todos los repudiados, tanto del llano reino como del escarpado ducado. Cuenta con una aldea, en el único claro del mismo, siendo su posada el punto de reunión tanto de avarientos comerciantes, como de siniestros contrabandistas, que viene a ser lo mismo.


La regencia de tan significado lugar está en manos de Halley, una ya vieja hada cuya magia blanca en el reino fue sustituida por las oscuras pócimas y sortilegios de Mist, una joven bruja que también supo hechizar al rey Damas. Crok es el otro cincuenta por ciento de la posada, soy yo, y me escapé del Ducado de la Montaña antes de ser despeñado por falso vidente. La verdad es que tengo presagios y visiones muy nítidas, pero luego la mayoría de ellas ni por asomo llegan a cumplirse o evitarse. Halley y yo formamos una buena pareja (comercial) y de borracheras a escondidas; pero, como buenos cómplices, compartidas.


A mi compañera y a mí no nos consume el rencor, ni el odio hacia nuestros respectivos detractores, pero en la posada tanto a los que suben como los que bajan les cobramos algo más que a los demás. Así todo, el recuerdo del escarnio y la humillación, nos lleva con cierta frecuencia a dar buena cuenta de nuestros mejores barriles; suerte que Halley todavía se acuerda de la fórmula del filtro antirresaca y a la mañana siguiente nadie se percata de nuestras particulares bacanales. 


Una faceta que nadie conoce de estos posaderos tan alegres es que, las noches que no nos emborrachamos, Halley y yo mantenemos el equilibrio de poder entre El Valle y La Montaña. Aunque mi poder premonitorio hace menos dianas que un arquero ebrio a mi sexto sentido no se le escapa presencia alguna de peligro. Así que nos dedicamos a recorrer el laberinto de galerías de la montaña expoliando cualquier piedra mágica, o preciosa para otros, gracias al Toque de Presencia del hada que me acompaña. De esta forma, ni El ducado de la Montaña ni El Reino del Valle, aumentarán peligrosamente su potencial mágico.


También, preferiblemente las noches de luna nueva, solemos hacer alguna escapada al Reino del Valle para comprobar que sus existencias de piedras mágicas no desequilibraría la balanza, ni para atacar por sorpresa o ser ellos invadidos. De paso, Halley aprovecha para echar unas gotas de laxante en todas y cada uno de los brebajes de la reina Mist, más que por venganza, para que las tripas de aquellos que tomen sus pócimas no padezcan de pesadez de estómago. No tenemos miedo de ser descubiertos porque mi hada conoce hasta el último pasadizo y recoveco del castillo, lo mismo que yo todas y cada una de las grutas y las galerías de las minas; al margen de que mi instinto detecta cualquier presencia animal o humana próxima, como si viera sus espectros a través de paredes y muros.


La cuestión es que tanto Halley como yo nos estamos haciendo mayores para esas correrías y con todo lo que hemos arramblado y guardado a buen recaudo, gracias a los trueques con los comerciantes de tierras lejanas, cualquier noche desaparecemos para no volver y olvidarnos de todo esto para siempre. No obstante, ya estamos adiestrando a una camarera (medio bruja y hechicera) y al mancebo del herrero (que también es algo alquimista) como nuestros sucesores para que sigan en paz este Reino del Valle y su Ducado de la Montaña.


En la vida hay que posicionarse, pero en vez de irse a un extremo u otro de la balanza lo mejor es, como su fiel, quedarse en medio y sisar de los dos platillos. 

viernes, 31 de marzo de 2023

MICRORRETOS: DE LA ESCENA... ¡AL MICRO! (El tercer hombre)

 

MICRORRETOS: DE LA ESCENA... ¡AL MICRO!


Da la cara julandrón 

El eco de unos pasos desacompasados rompe el silencio de una fría noche otoñal entre sus desalmadas calles. Una escasa iluminación, casi sepulcral, y el repiqueteo de mis pisadas por el adoquinado suelo hace, si cabe, más desapacible mi deambular por las mismas. 

Para la bebida siempre he tenido buen aguante, pero en estos tiempos de escasa solvencia he tenido que ir a lo más barato y eso parece que me afecta en mayor medida. Al menos, los ardores de estómago me inhiben del frío en tan desapacible noche: y ese alcohol de garrafón en sangre también me ayuda a nublar el cerebro de mis tormentosos y contradictorios pensamientos.

Doblando la esquina percibo un doble eco de pisadas, me vuelvo instintivamente, al tiempo que veo una fugaz sombra ocultándose en el quicio de un soportal. Me acerco para exponer a mi perseguidor, no tengo la noche propicia para jueguecitos. Únicamente percibo la puntera de unos buenos zapatos que sobresalen quedando el resto de la silueta mimetizada entre la oscuridad. Un pequeño gato se acerca y empieza a ronronear a sus pies, eso me hace dudar de las malas intenciones de mi oponente.

Así todo, le grito, le interpelo con acritud, para que se dé cuenta de que no me ha pasado desapercibida su presencia. Tengo éxito porque en la casa de enfrente se enciende una luz ante la escandalera de mi regañina. Ahora, como si se hubiera levantado el telón, veo las cínicas facciones, y tan familiares, de mi acechador.

(250 palabras más el título)

miércoles, 15 de febrero de 2023

CONCURSO DE RELATOS 35ª Ed. LA CONJURA DE LOS NECIOS de John Kennedy Toole (El Percebe y sus discusiones)

 



El Percebe y sus discusiones

La primera regla, no escrita, para cualquier juego es la de: «Aprender a perder antes que a jugar». Esto se debe aplicar también a las discusiones; entre compañeros, amigos, y familiares; de las que tan aficionados somos. Porque lo de creerse con la razón, o estar en la posesión de la verdad, para algunos (muchos que yo conozco de cualquiera de los tres grupos mencionados) es una cruzada existencial.

Yo mismo era un gladiador incansable en estas lides, ganando más veces por testarudez que por estar acertado. Gracias a esto, después de mucha cabezonería, me di cuenta (siendo objetivo) que por muy buenas que fueran mis argumentaciones, al menos, en la mitad de las ocasiones yo estaba equivocado. Reconocerlo, hasta únicamente delante del espejo, me costó Dios y ayuda; pero, finalmente, evolucioné.

Ahora escojo mis discusiones modulando la voz, sin llegar a gritar airadamente como antaño, ni susurrando para hacerme el interesante. Y siendo sabedor que, en la mitad de ellas, mis argumentos no serán los correctos, lidio con ello sin presión alguna. Esto me permite mantenerme frío y, tanto esté acertado como no, lucir cara de póquer sin inmutarme. De hecho, en más de una ocasión, ya solo en casa, me río a carcajadas cuando recuerdo haber ganado el debate con una postura errada.

Tanto, muchos conocidos, como los compañeros del trabajo y, por supuesto, todos mis familiares, me consideran necio y cabezota. Lo curioso de esa afirmación es que suelen ser ellos más necios, (actuando igual que las vaquillas al entrar a todo lo que se menee) con cualquier tema que admita polémica. Yo, como ya he dicho antes, escojo bien cuando debato o ignoro el quite; algo que esos pobres, tan creídos de sí mismos, no pueden ni contemplar.

Por otro lado, me viene de perlas que me consideren un testarudo, ya se sabe que el ladrón cree que todos son de su condición. Y ponerme a explicarles la diferencia, por enésima vez, entre tenaz y cabezón sí que me resultaría un diálogo de merluzos. En mi caso oír, tanto por lo bajines como a viva voz, esos adjetivos me resulta de lo más halagador; tanto que les devuelvo, una sarcástica sonrisa, como agradecimiento.


Podría poner innumerables ejemplos de esto que he comentado (cada día me suele pasar algo) y hasta escribir un diario solo con mis encontronazos. Como ejemplo, la otra tarde, a la salida de mi cafetería habitual:

El local estaba abarrotado y yo, después de mi consumición, ya estaba en la puerta a punto de salir; detrás de mí había otras dos o tres personas en la misma situación. El caso es que al abrir la puerta, en la calle con intención de entrar, había un grupo de cuatro señoras tan elegantes como talluditas. Al hacer yo amago para salir, ellas se pusieron en línea —lo más lógico, a mi entender, habría sido en fila— con lo que no pude dar ni un solo paso.

De sus miradas de reproche, por mi fallido intento de evasión, llegó el cotorreo entre ellas. En voz bien alta, para que yo me diera por aludido acerca de mi descortesía y falta de modales al no cederlas yo el acceso; como hubiese hecho cualquier hombre bien educado. Yo, en ese instante, pensé si debería responder o apartarme como pudiera (la cafetería estaba hasta la bandera). Tenía un argumento muy válido como el ejemplo del ascensor, a nadie se le ocurre entrar sin dejar salir a los que ya están dentro, es una cuestión de espacio de lo más lógico.

Mi respuesta fue una sonrisa, de lo más irónica, mientras me ponía pegado a la puerta para que aquella tropa avasallase la cafetería. Satisfechas, por aquel prepotente triunfo, su paso firme únicamente duró hasta que se toparon con los tres que estaban detrás de mí (también con intención de salir). El caso es que unas no querían perder el terreno ganado y los otros tampoco tenían espacio para recular. Para remate, detrás de las señoronas, venían los cabestros de sus cónyuges, con la misma intención de entrar como fuera.

Cuando todos ya estuvieron bien apretujados dentro del local, la discusión (con los pobres clientes que, en vez de poder salir, se vieron replegados) subió los decibelios ambientales a niveles de tómbola de feria con rifa de bofetadas incluidas. El argumento de los cuatro matrimonios es que ellos tenían una mesa reservada y, por lo tanto, tenían preferencia sobre cualquier otro cliente de barra o pasillo. 

Sé que yo tenía razón y si me hubiera enfrentado en la puerta, habría pasado por un mal educado saliendo junto con los tres de detrás de mí, y también se habría evitado el fregado posterior. Pero yo escojo mis discusiones y con esta que evité, cada vez que vuelvo a esa cafetería, me parto de risa cuando al verme reflejado (en el espejo de detrás de la barra) recuerdo aquella sonora trifulca. La gente que me ve se deben creer que debo ser (aparte de necio, testarudo, y cascarrabias) bobo del todo; pero a mí me da igual lo que piensen y hasta lo que digan.

Por cierto, hoy mismo, después de tomar mi café de media tarde, al salir de la cafetería (no estaba llena, sobre media entrada) me tropecé con los ocho pijos de la mesa reservada. Se pusieron en fila para que mi sarcástica sonrisa y yo saliéramos primero.

899 palabras más el título