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sábado, 18 de noviembre de 2017

La foto perfecta

Soy aficionado a la fotografía y ver plasmada la Naturaleza, retratos o, incluso paisajes urbanos, me resulta estimulante y me activa la imaginación en esos días que, de puros grises, parecen opacos.

El caso es que la otra tarde noche, con el horario de invierno no lo tengo claro, al salir de la oficina y regresar andando a casa, vi un cartel anunciando una exposición fotográfica en una conocida sala que, además, me cogía de camino.

Pues nada, me acerque, el salón estaba lleno de fotos, gigantescas, con vistas urbanas. Desde cierta distancia, por la magnitud y el detalle, parecían totalmente reales; casi necesitaba pegar los ojos, a las enmarcadas urbes o a los edificios en perspectiva, para poder apreciar el grano y salir de dudas, la técnica y la calidad eran impresionantes.

Tuve suerte en mi visita, debía ser la inauguración porque las bandejas, de canapés y con copas de vino, desfilaban por el pasillo sin parar. No eramos muchos los asistentes, así que no me corté, ni comiendo de los deliciosos triángulitos, ni repitiendo con las copas de vino.

Después de lo anodino del día y del paseo a casa, por no esperar al bus, acerté, y creo que hasta esbozaba una sonrisilla, de satisfacción por el inesperado festín. El caso es que ya estaba acabando la turné de la sala y, al fondo de la misma, vi una obra que me resultaba conocida, diría que muy familiar.[UNSET]
Me aproximé a verla mejor y seguía sin identificarla, a pesar de sonarme tanto esos edificios así dispuestos, con esas luces en las ventanitas tan bien definidas. Como con las anteriores obras, acerqué mi cara a la foto, para que el grano del papel delatara su origen y rompiera la magia de esos increíbles detalles.

La sirena de la ambulancia me retumba en los oídos, estoy inmovilizado en una camilla pero cómodo; oigo de fondo una conversación, algo acerca de hacer pruebas pero que parece no haber nada roto. Abro los ojos y veo de nuevo esa última foto, con su silueta tan familiar y las lucecitas en sus ventanas...

...ventana como desde la que me caí yo hace unos minutos, suerte del toldo de la cafetería de abajo y que rodé por una mesa antes de chocar contra la acera. Con razón no le encontraba el grano a la foto, era perfecta.

viernes, 17 de noviembre de 2017

La Parca tiene palabra

La noche empezaba a caer y yo seguia sentado, en el pequeño saliente, con las piernas colgando al vacío. En las tres horas que llevaba así, tuve tiempo de repasar el día, por completo. De como, por mi testarurez, acabé haciendo la senda sólo; también, el porqué, me vine sin decírselo a nadie; la forma tan tonta, en la que agoté la batería del móvil usando el GPS, por seguir adelante, a pesar de la niebla, en vez de darme la vuelta; y por último, por asomarme, más de la cuenta, para ver la caida, resbalarme y acabar así.

Tres horas, tres escasos metros, verticales e insuperables, hasta el sendero; y trescientos más, en caida libre, haciá abajo. Con el paso del tiempo, mi desesperación inicial, pasó a ser impotencia; ahora, cuando el último rayo de luz, se va apagando enfrente mío, sólo siento resignación hacía lo inevitable.

Así, sin esperanza alguna, fantaseo con la Parca. La desafio, a que venga a buscarme, antes de quedarme dormido por el agotamiento, y caer al vacío. Doblo la apuesta, si cuando me de la mano, soy capaz de contar hasta diez, me perdona y permite que me redima de todas mis idioteces de este maldito sábado.

Uno, dos, tres... me despierto sobresaltado, soñaba con ella. Sigo sentando en el pequeño saliente, con las piernas ya completamente dormidas, guardando el equilibrio como puedo con los brazos, también, muy entumecidos. Creo que, en esta oscura noche, ya tengo los segundos contados. Ahora, bien despierto, vuelvo a contar despacio: uno, dos, tres...

...diez, crack !!!


He caido, pero he llegado a diez! no siento los brazos, ni las piernas, tampoco veo nada... 
...abro los ojos, me duele todo el cuerpo, esta amaneciendo! la Parca ha cumpido?

Pues si, mi última estupidez fue no darme cuenta, cuando aun era de día, que a un metro y medio, justo por debajo del saliente, pasa un canal. Bueno, creo que finalmente, he aprendido la lección, sólo tengo que seguir por el seco acuifero, hasta donde se cruce con el camino, y volver sobre mis pasos.

Mientras avanzo torpemente, pero teniendo el cuidado que me falto el día anterior, pienso que mis decisiones y acciones equivocadas, no van a ser tan fáciles de deshacerse, pero eso... 

...ya será otra historia.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Los peluches no tienen corazón

La semana pasada, con las primeras heladas del invierno y como todos años, agarré un catarro. Esta vez, la edad no perdona, más fuerte que de costumbre y pasé un fin de semana de los buenos, la fiebre me subió hasta donde los delirios son más reales que todo lo demás.

El caso es que la noche del sábado o del domingo, precisar cual no es relevante, en medio de esas alucinaciones volví a tener cuatro años y vivir en la casa de mi infancia. Con esa edad, mi fantasía, también, se mezclaba con la realidad. Me pasaba el día jugando, con los muñecos de vaqueros e indios, oyendo las voces de todos ellos.
  
En mi delirio de sueño, yo ya estaba acostado y hablaba con Pepín mi osito de peluche y mejor amigo a los cuatro años. Me veía preguntándole como podía estar vivo si no tenia corazón y era de trapo y serrín. Pepín no me miro, eso no podía hacerlo, pero si me contestó: 

"Estoy vivo porque la vida está, también, en lo que no se ve"


Con su respuesta me quede traspuesto tanto en esa visión como en mi delirio febril. Más tarde. en la misma noche, retomé el sueño de mi infancia y seguí la conversación con mi peluche:

-- Yo te veo y te toco, pero tu no te mueves, pero si te pregunto me contestas, pero no lo entiendo.

-- No tienes que entender nada, es así. Si yo no existiera, serias tú, jugando como con los indios y vaqueros, quien me podría la voz. Cuando te contesto hablo como tú lo haces?


Me volví a dormir en la visión y la fiebre también le dio un receso a mi cuerpo pudiendo descansar hasta bien entrada la mañana. Al levantarme e ir asearme un poco, justo cuando vi mi desarreglado aspecto frente al espejo, un familiar timbre de voz, con tono de reproche, me dijo:

"Vaya pinta macho, por ti, sí que pasan los años".