No podía dormir y había salido a caminar, era lo único que podía
controlar la ansiedad de mi insomnio crónico. Los soportales de la Plaza
Mayor devolvían el eco a mis pasos. No era prudente pasear de madrugada
estas noches, recientemente había habido una fuga en el psiquiátrico.
Un psicópata después de estrangular al director del centro, usando su
bata blanca, salió como si nada por la puerta principal.
A medida que
en mi cabeza repasaba este siniestro acontecimiento, sin darme cuenta
aceleraba el paso. De repente, mi cadencia tuvo un redoble acompasado, y
cuya reverberación me indicaba su proximidad.
Se paralizaron mis
pensamientos, un sudor frío empezó a bajarme por la frente y la nuca
como un gélido aliento. Mentalmente me situé y tracé una imaginaria
linea recta hasta el portal de mi casa. No había mucha distancia, pero
también el eco de mi perseguidor entre las sombras, era cada vez más
próximo y fuerte.
Sin pensarlo eché a correr, en solo dos o tres
minutos llegaría. Mi desquiciada mente me veía como un ratón a punto de
ser atrapado por el gato. Con la llave en la mano, tembloroso por el
miedo y el sobresfuerzo, tardé unos eternos segundos en poder abrir la
puerta del portal. Corrí hasta el ascensor que, por suerte, estaba en la
planta baja. Entré, empujando la puerta tras de mí, y apresurado apreté
el botón de mi piso; tanto que no surtió efecto. De improviso la
puerta, ante mis desorbitados ojos, se abrió.
(Continuara)
Texto corregido con las buenas indicaciones de Javier Rodríguez-Morán
Tanto por las buenas sugerencias en los comentarios, como de mi
propia imaginación, pondré un par de finales alternativos refundiendo
estas ideas. Me saldría alguno más pero, mejor dos aceptables que tres o
cuatro infumables. Ajustándose, eso sí, dentro de la extensión máxima
de 250 palabras.
Microrretos: CONTINUARÁ…
Final I (El psicópata)
Una inmensa mano de dedos fuertes y largos bloqueaba entre abierta la
puerta del ascensor. Instintivamente me eché hacía atrás como tratando
de ocultarme entre las paredes de la cabina. Por el tamaño de la mano
esperaba ver de un momento a otro a un gigante frente a mí dentro de tan
pequeño habitáculo.
Los segundos pasaban a cámara lenta mientras yo
no podía quitar la mirada de la puerta que, ahora sí ya estaba del todo
abierta. Ante mi una enorme silueta fue aproximándose a mi reducido
espacio vital. La mirada vacía y fría de un rostro igual de inexpresivo
fue el eco de mi aterradora visión. No había duda, este sujeto era mi
perseguidor y ahora me tenía a su completa merced.
Sentí como me faltó el aire cuando aquellas tremendas manos se aferraron a mi cuello.
Quería
gritar con todas mis fuerzas, pero no había aire alguno que pudiera
expulsar. Notaba como la congestión, a medida que aumentaba la presión
de sus manos, me hacían estallar la cabeza y los pulmones.
Una
pesadilla donde despertar era la única opción que no parecía
contemplarse o eso me parecía a mí en esos momentos. Jadeante y
completamente sofocado me desperté, un cojín a saber como me cubría la
cara por completo: respirar era mi única pretensión en aquel momento.
Dormirse en el sofá, de cualquier postura viendo una película de miedo, puede provocar pesadillas de lo más reales.
Final II (La Viuda Negra)
Una cuidada y delicada mano asomó tímidamente. El rojo intenso de sus
uñas ya me dejó bien claro quien sería mi acompañante en el ascensor.
Debí haberme dado cuenta por el ruido cuando venía que era más propio de
unos tacones. Mi apuesta y elegante vecina del quinto; más conocida,
por las otras comadres de la escalera, como La Viuda Negra tan solo por
haberse llevado al otro barrio a tres maridos; aquí estaba,
literalmente, vestida de negro dispuesta a matar.
Se disculpó conmigo
por la carrera y el susto que me había dado. Con las prisas se había
dejado las llaves puestas en la puerta y de ahí, a esas horas, al verme
fuera yo su salvación. Al coincidir nunca habíamos pasado de un cordial
hola o adiós; pero, en estas circunstancias, ya no teníamos hielo que
romper.
Precisamente, Ella volvía de su cena de jubilación, con las
prisas se equivocó de bolso y ni cartera o móvil llevó. Así que al verme
me siguió como a un perro lazarillo.
La acompañé a su piso y,
efectivamente, de la cerradura colgaban las llaves. Me ofreció un café
como agradecimiento que no dudé en aceptar. Luego dentro, después de un
par o más cafés y alguna copita de licor, me confesó su mayor secreto.
Era soltera, en bromas dijo lo de ser viuda tres veces y las cotillas ya se encargaron del resto. Entre las risas, que más de una comadre por el patio oiría, le juré guardar su secreto.