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viernes, 1 de enero de 2021

Re: MICRORRETO: CONTINUARÁ

 

Noche de insomnio

Microrretos: CONTINUARÁ…
 

No podía dormir y había salido a caminar, era lo único que podía controlar la ansiedad de mi insomnio crónico. Los soportales de la Plaza Mayor devolvían el eco a mis pasos. No era prudente pasear de madrugada estas noches, recientemente había habido una fuga en el psiquiátrico. Un psicópata después de estrangular al director del centro, usando su bata blanca, salió como si nada por la puerta principal.
A medida que en mi cabeza repasaba este siniestro acontecimiento, sin darme cuenta aceleraba el paso. De repente, mi cadencia tuvo un redoble acompasado, y cuya reverberación me indicaba su proximidad.
Se paralizaron mis pensamientos, un sudor frío empezó a bajarme por la frente y la nuca como un gélido aliento. Mentalmente me situé y tracé una imaginaria linea recta hasta el portal de mi casa. No había mucha distancia, pero también el eco de mi perseguidor entre las sombras, era cada vez más próximo y fuerte.
Sin pensarlo eché a correr, en solo dos o tres minutos llegaría. Mi desquiciada mente me veía como un ratón a punto de ser atrapado por el gato. Con la llave en la mano, tembloroso por el miedo y el sobresfuerzo, tardé unos eternos segundos en poder abrir la puerta del portal. Corrí hasta el ascensor que, por suerte, estaba en la planta baja. Entré, empujando la puerta tras de mí, y apresurado apreté el botón de mi piso; tanto que no surtió efecto. De improviso la puerta, ante mis desorbitados ojos, se abrió.

(Continuara)


Texto corregido con las buenas indicaciones de Javier Rodríguez-Morán

 

MICRORRETO: CONTINUARÁ (finales)

Tanto por las buenas sugerencias en los comentarios, como de mi propia imaginación, pondré un par de finales alternativos refundiendo estas ideas. Me saldría alguno más pero, mejor dos aceptables que tres o cuatro infumables. Ajustándose, eso sí, dentro de la extensión máxima de 250 palabras.

Microrretos: CONTINUARÁ…

Final I (El psicópata)

Una inmensa mano de dedos fuertes y largos bloqueaba entre abierta la puerta del ascensor. Instintivamente me eché hacía atrás como tratando de ocultarme entre las paredes de la cabina. Por el tamaño de la mano esperaba ver de un momento a otro a un gigante frente a mí dentro de tan pequeño habitáculo.
Los segundos pasaban a cámara lenta mientras yo no podía quitar la mirada de la puerta que, ahora sí ya estaba del todo abierta. Ante mi una enorme silueta fue aproximándose a mi reducido espacio vital. La mirada vacía y fría de un rostro igual de inexpresivo fue el eco de mi aterradora visión. No había duda, este sujeto era mi perseguidor y ahora me tenía a su completa merced.
Sentí como me faltó el aire cuando aquellas tremendas manos se aferraron a mi cuello.
Quería gritar con todas mis fuerzas, pero no había aire alguno que pudiera expulsar. Notaba como la congestión, a medida que aumentaba la presión de sus manos, me hacían estallar la cabeza y los pulmones.
Una pesadilla donde despertar era la única opción que no parecía contemplarse o eso me parecía a mí en esos momentos. Jadeante y completamente sofocado me desperté, un cojín a saber como me cubría la cara por completo: respirar era mi única pretensión en aquel momento.
Dormirse en el sofá, de cualquier postura viendo una película de miedo, puede provocar pesadillas de lo más reales.


Final II (La Viuda Negra)

Una cuidada y delicada mano asomó tímidamente. El rojo intenso de sus uñas ya me dejó bien claro quien sería mi acompañante en el ascensor. Debí haberme dado cuenta por el ruido cuando venía que era más propio de unos tacones. Mi apuesta y elegante vecina del quinto; más conocida, por las otras comadres de la escalera, como La Viuda Negra tan solo por haberse llevado al otro barrio a tres maridos; aquí estaba, literalmente, vestida de negro dispuesta a matar.
Se disculpó conmigo por la carrera y el susto que me había dado. Con las prisas se había dejado las llaves puestas en la puerta y de ahí, a esas horas, al verme fuera yo su salvación. Al coincidir nunca habíamos pasado de un cordial hola o adiós; pero, en estas circunstancias, ya no teníamos hielo que romper.
Precisamente, Ella volvía de su cena de jubilación, con las prisas se equivocó de bolso y ni cartera o móvil llevó. Así que al verme me siguió como a un perro lazarillo.
La acompañé a su piso y, efectivamente, de la cerradura colgaban las llaves. Me ofreció un café como agradecimiento que no dudé en aceptar. Luego dentro, después de un par o más cafés y alguna copita de licor, me confesó su mayor secreto.
Era soltera, en bromas dijo lo de ser viuda tres veces y las cotillas ya se encargaron del resto. Entre las risas, que más de una comadre por el patio oiría, le juré guardar su secreto.