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jueves, 17 de mayo de 2018

La tertulia de las diez: "La caja sorpresa"

Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.

Últimamente por motivos laborares he tenido que viajar a diario, cuando la distancia lo permitía en coche y si no en avión. El estrés del trabajo se multiplicaba por el del viaje, si iba a llegar a tiempo y por todos los tiempos muertos de espera, en los aeropuertos, donde la impotencia de acelerar algo se hacia opresiva.

A medida que el cuerpo se acostumbra a eso, consigue dormir algo más en las camas, que a diario cambiaban. Por su parte, el estómago, es más reacio a las variaciones de la comida, y pasa su factura, después de una semana fuera de casa.  Lo único relajante era pasear por todas esas ciudades, pequeñas o grandes, desconocidas o casi olvidadas desde la última visita, las tardes que el trabajo se daba bien y acababa a horas normales.

En la última que estuve, la semana pasada, capital de provincia, podía, después de comer recorrerla hasta la hora de la cena. Ese viaje, curiosamente, fue más tranquilo por el buen ambiente de las relaciones laborales y sobre las dos se acababa el trabajo. Al tercer día ya tenía pateada toda la zona céntrica y parte de los barrios colindantes. La víspera de mi regreso, esta vez por lo cómodo del trabajo me daba algo de pereza, tropecé con una tienda de objetos de regalo, no los típicos para turistas.

Al entrar en el comercio, rápidamente al ver tantas cosas llamativas en estantes y vitrinas, supe que no saldría sin haber comprado algo. La cosa era difícil, todos eran objetos bonitos y hasta prácticos; al final escogí una caja de madera hecha con muy buen gusto y un acabado excelente, lógicamente, el precio era acorde. pero no exagerado, para compensar las horas de trabajo del artista.

Salí encantado con mi compra, y estaba deseando llegar al hotel, para mirarlo con más detalle antes de bajar a la cena. Mi sorpresa, en la habitación, fue mayúscula, me gustó tanto la caja y su acabado que, en la tienda no me molesté en abrirla, tal vez porque al lado había otras, algo menos llamativas, con la tapa levantada mostrando su interior.

No había comprado propiamente una caja para meter pequeñas cosas, era el contenedor de un reloj de arena hecho con el mismo gusto y acabado que su recipiente. Mas que una contrariedad, mi compra, resultó ser un acierto, era hipnótico ver el hilillo de arena roja bajando por el cuello de cristal.

Sin darme cuenta, me pase contemplando la arena del reloj, hasta que definitivamente la parte superior se quedó vacía. Al mirar la hora vi que era la de la cena, no tenía hambre y le di otra vuelta al reloj de arena. Esa noche fue larga pero no por pasarla en vela sino por dormir a pierna suelta.

El tiempo nos estresa porque nos quieren hacer creer que es oro; pero cuando lo vemos transcurrir en forma de granos de arena que, sin prisa ni pausa van pasando de un sitio a otro, nos vemos a nosotros mismos en sintonía con esa marcha y, sin darnos cuenta, acabamos totalmente relajados; por eso el tiempo es arena.

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