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jueves, 17 de mayo de 2018

Desenlace de: Te atreves a ponerle un final?

Reflexiones al borde del pijama: Una historia inconclusa¿Te atreves a ponerle un final? del blog UNIVERSO ESPEJO Poemas y algo más by Pilar Astray Chacón

Habían pasado tres días cuando volvió a sonar la puerta. Ahora se presentaba ya un hombre de mediana edad, con mis test en la mano. Me preguntó si podíamos hablar.También quería hablar con mi compañera. Yo asentí intrigada y como no se me da bien mentir, pues también le comuniqué que mi compañera era yo misma, que había rellenado ambos test. El hombre se dio por satisfecho con mi respuesta y tampoco indagó más.

Fue directo al grano, 120.000€, dietas completas y gastos de viaje pagados. Tres meses, de adaptación y aprendizaje, en diversas capitales europeas y luego a auditar multinacionales en un equipo autorizado de la CEE. La idea no me disgustaba y quise poner a prueba a mi interlocutor, abriendo ojos como platos, al oír las condiciones salariales.

No se hizo de rogar y del portafolios sacó un contrato de confidencialidad y me dijo en un tono, grave como con eco, que no podía seguir hablando si yo no firmaba el documento. Lo firme automáticamente, sin leer siquiera las clausulas que venían encima, ahora los ojos como platos de satisfacción fueron los suyos. Lo que no sabia el buen hombre es que aparte de mi CI de 145 (es más pero, ni siendo inteligente, conviene destacar), mi sistema de lectura rápida me permite, de un vistazo, memorizar cualquier hoja escrita. Satisfecho mi entrevistador me dio una tarjeta de visita donde escribió la fecha de mañana y una hora, las diez, para una entrevista; la firmó con un garabato y se despidió deseándome buena suerte.

Lógicamente, diez minutos antes de la cita, ya estaba reconociendo el terreno, soy bastante despistada y la experiencia me ha enseñado a hacerlo, luego tranquilamente lo repaso como si fuera una fotografía y me fijo en los detalles, no tengo memoria fotográfica pero mi retentiva no se queda muy atrás tampoco. Al final entré y presenté la tarjeta manuscrita, las oficinas no eran nada especial salvo el personal, todos muy correctos y trajeados y diría que excesivamente musculados, incluso las dos chicas que estaban en la isla informativa.

Subí a la anteúltima planta, con una tarjeta identificativa de visita, y a los dos minutos otro croissant con traje me hizo pasar a un despacho. Esta vez un señor con gafas de montura dorada, me contuve la risa porque parecía sacado de una película de nazis, me empezó a entrevistar en inglés, así a bocajarro. Bueno, seguí con mi táctica de no destacar más de la cuenta y, en mis respuestas, cometí un par de pequeños errores y algún titubeo. Sus preguntas iban desde cosas intrascendentes, a temas académicos y, entre medias, cosas personales que rozaban con la intimidad. Yo creo que el portátil, que tenia delante, debía tener algún reconocimiento de estados para identificar la veracidad de mis respuestas. Al cabo de una hora, en su inglés carente de acento, me dijo que esperara fuera.

No tuve tiempo ni de sentarme, el cachas del mostrador me indico un ascensor, justo detrás suyo, y me marco la última planta con su llave. Al abrirse la puerta, justo por el lado contrario de por donde había entrado, accedí a una sala despacho tipo jefazo. Para mi sorpresa era jefaza, cuarenta años, no más, diría que delgada, elegante y bien arreglada, pero sin buscar llamar la atención. Lo que no me gusto nada, fue la mirada de serpiente que tenia, como intimidando sólo con los ojos.

Aquí la entrevista fue en castellano, me repitió las condiciones que me adelantó el gancho de la tarde anterior, y paso a hacerme su propio test de personalidad. Esta, sin portátil, tomaba alguna pequeña nota, como si rellenara un checklist y también usaba la táctica de preguntas tontas, con conocimientos generales y algo personal. Yo no la aguantaba la vista, para no desafiarla, pero cuando me pregunto si cambiaba de pareja fácilmente, me hice la herida y fue ella la que acabó bajando la vista.

Todo fue a la perfección, en diez minutos no hubo más preguntas y vinieron los regalos, un bolso de diseño con un portátil dentro muy ligero, que parecía dos generaciones por encima de los del mercado actual, y un smartphone del mismo pelo. Con un escáner digital me grabó, la huella de los dos dedos indices, para desbloquearlos y me dijo que todo su contenido estaba encriptado; que no me preocupara de su seguridad, sólo tenia que llevarlos siempre encima como mis herramientas, personales, de trabajo.

Bueno, no hace falta tener mi CI para saber que todo esto era una tapadera para poder entrar en las multinacionales con permiso de la CEE, auditarlas  teniendo acceso a su información más sensible y que, mis herramientas personales de trabajo, ya se encargarían de trasmitir la información, a algún servicio de inteligencia, o al mejor postor; según el caso y la comisión en juego.

Otro día contaré lo que aguanté, como auditora de multinacionales, pero eso ya será otra historia.

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