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CONCURSO DE RELATOS 40ª Ed. EL VIZCONDE DEMEDIADO de Italo Calvino

CONCURSO DE RELATOS 40ª Ed. EL VIZCONDE DEMEDIADO de Italo Calvino El Alma se viste con negra capa Cuando mueres, no vas al Cielo o al Infie...

jueves, 15 de febrero de 2024

CONCURSO DE RELATOS 40ª Ed. EL VIZCONDE DEMEDIADO de Italo Calvino




El Alma se viste con negra capa


Cuando mueres, no vas al Cielo o al Infierno, según tus actos hayan sido buenos o malos. No voy a decir que sea una falacia de los diversos cultos religiosos, pero sí que es una verdad a medias bastante discutible. Que nacemos inocentes y puros es un hecho, al igual que también con un lado oscuro, y que según vayamos actuando en la vida se irán desarrollando. Por eso, cuando nos llege la hora, nuestra brillante Alma estará cubierta, con una fina o más espesa, capa de oscuridad.

Y como nadie ha vuelto del otro lado a desmentirlo, seguimos con la misma canción. Otro argumento basado en una especulación, o sea que si quieres te lo crees o no. Ahora voy a hacer un espóiler de esa película, así que a quien no le guste saber lo que pasa en esa situación pasar mejor no siga leyendo. También es únicamente mi palabra, puede dársele crédito o tomarla como la ensoñación de un desequilibrado.

Avisados, los navegantes, paso a contar mi experiencia:

Yo no era ni bueno ni malo, mis sentimientos, algo de moral, y una pizca de ética, mantenían a raya mis deseos más oscuros. Por eso de cara afuera pasaba por un tipo tan corriente como cualquier otro, pero de puertas adentro tenía mis cosillas y hasta alguna reprimida maldad. Mi última acción en el mundo fue, precisamente, un momento de tensión entre los buenos principios y una de mis negras inquietudes. 

En mi jubilación empecé a cumplir dos deseos que tenía ya desde crío, leer y viajar en tren. Era algo que gracias a mi abono ferroviario podía hacer con bastante regularidad. Mis trayectos eran de media distancia, iba por la mañana volviendo esa misma tarde y durante el camino me leía una novela de aventuras, o intriga, como las de mis años jóvenes; nada de cosas complicadas.

Durante mi último viaje, ya de vuelta enfrente mío, se sentó una señora algo menos mayor que yo, pero con buen porte y elegante. Después de cruzarnos un breve saludo con dos palabras y un gesto, ella sacó un libro (creo que de poesía, no es mi fuerte) y me imitó la pose lectora.

Mi lado oscuro tomó el control de la situación, no permitiéndome continuar con mi aventura literaria. Tengo una debilidad enfermiza, y es mi timidez, con las mujeres que me resultan atractivas, pero mi diablillo busca la forma de compensarlo quitándolas algo suyo; nada valioso, más bien simbólico, como un cigarrillo o un pañuelo de papel.

La hora siguiente me la pasé pensando que recuerdo de esta mujer me podría llevar, lo necesitaba imperiosamente. No había nada a la vista que me sirviera, igual fumaba pero en el vagón no tenía excusa y tampoco yo poseo Rayos X para ver a través de su bolso. Me puse muy nervioso cuando me di cuenta de que un botón de la manga de su blusa andaba colgando, pero aun siendo un buen trofeo no encontraba el modo para arrancárselo sin que se diera cuenta.

Estaba por completo fuera de mí y gracias al libro que me tapaba la cara, si no creo que mi compañera de viaje habría adivinado mis oscuras intenciones. Intentando disimular mi inquietud mirando por la ventanilla fue cuando en su lado de mesita había dejado una tira de cartulina serigrafiada con una publicidad, era un marcapáginas; sea como fuera, antes de salir del tren, habría de ser mío.

Cuando se encendieron las luces, por el ocaso de la tarde, cerré mi libro y lo posé muy cerca de su señalizador, únicamente restaba de que ella se olvidase de él para poder ocultarlo dentro de mi novela de aventuras. Con premeditación, alevosía, y nocturnidad, aproveché la entrada al último túnel para recoger mi libro con el marcapáginas en su interior.

Al ir a guardar la novela en mi bolsa de viaje, ella súbitamente cerró su libro para hacer lo propio. Y fue entonces cuando mi temblona mano dejo que se escarpara la tira de cartulina que revoloteo hasta los pies de mi acompañante. Ella, al verlo planear, con un tono entre serio e irónico, me dijo que me lo podía quedar. Yo me sentí morir de la vergüenza y así fue.

Mi Alma se desprendió de su capa negra y como un pájaro se fue volando a una infinita nada, tan oscura como su plumaje. Ahora, ya desprovisto de mi maldad, la parte pura empezó a vislumbrar una claridad creciente que lo inundó todo con su luz. Estaba claro que yo había cruzado el otro lado, por eso quise hacer una prueba para ver si mi luz podía conectar con mi oscuridad. Hice un esfuerzo supino como de cerrar los ojos y, efectivamente, una negrura volvió a cubrir mi Alma. Repetí el experimento varias veces, con el mismo resultado, hasta que note como un zarandeo que me arrastró hasta al mundo de vuelta.

Las mejillas me ardían como si, además del rubor, también hubiera sido abofeteado. Mi compañera de viaje, me miró aliviada al verme abrir los ojos y creo que, hasta me medio abrazó, por mi regreso de la muerte.

Esta es mi historia y mi amiga Lea lo puede corroborar, me salvo la vida y me curo de paso la timidez. Aquel mismo día, saliendo de la estación, la pude invitar a cenar sin siquiera tartamudear.

(<900 palabras)



miércoles, 31 de enero de 2024

Los colores (El Tintero de Oro) Otra participación

Los colores

Blanco y Negro

Yo soy escritor de tomar notas para que luego mis momentos de lucidez creativa no se vayan por donde vinieron. Así que siempre llevo un pequeño cuaderno de tapa fuerte y un portaminas de trazo medio para anotar cual detective literario, las claves que mis musas me han mostrado.

Aquella hermosa tarde me invitó a sentarme, a contemplar el mar en calma, y al momento empecé a visualizar una aventura en un crucero vacacional. Con mi mirada perdida en el horizonte fui viendo toda la película.

Traté de anotar algo en mi cuaderno para no perder nada de aquella historia de romances y robos de guante blanco. Pero para mi desdicha mi libreta quedó tan blanca e inmaculada como cuando la saque del bolsillo.

Al llegar a casa ya se me habían olvidado todos los detalles interesantes de aquella aventura marítima. No obstante, me senté enfrente del teclado y saque mi cuaderno por completo en blanco.

Con calma fui pasando las hojas al tiempo que tecleaba sin pausa. Cuando llegué a la última hoja en blanco ya tenía en la pantalla escrita una historia náutica completa; pero el barco era un viejo velero, compitiendo en una regata transoceánica, con una variopinta tripulación.


Hasta un cuaderno en blanco puede hacer volar la imaginación

lunes, 29 de enero de 2024

Los colores. (El Tintero de Oro)

 

Los colores

La ruta

Los días soleados invernales, de impoluto cielo azul, son señuelos para caer en la trampa de hacer una ruta de montaña. Aquel sábado coincidió que todos mis compañeros de caminatas estaban celebrando tan buen tiempo fuera de la ciudad, pero yo opté por darme un paseo por la senda del valle que rodeaba el parque del Pico Blanco. Sí, eran veinte kilómetros, pero de baja dificultad, con todos sus caminos y cruces muy bien señalados. Mi excursión comenzó a medio día, pero para la hora de la merienda ya estaría de vuelta.

El azul entre las copas peladas de los árboles contrastaba con la fina alfombra de nieve que cubría el camino, siendo algo más espesa en el sotobosque. Con el sol a mi espalda, iluminando tan hermoso paisaje, yo no podía por menos que parar (a cada momento), para inmortalizarlo en Instagram.

Mi entusiasmo artístico se truncó cuando el anaranjado ocaso (junto con la batería del móvil) me hizo recordar que todavía estábamos en invierno con menos horas de luz. Por la última indicación me encontraba justo a mitad de camino y, tanto seguir adelante como retroceder sobre mis pasos, me daría lo mismo.

Mientras iba entrando la noche, también una bruma empezó a llenarlo todo hasta convertirse en una tupida niebla, tan gris como húmeda; sentenciando así mi caminata. Acabé totalmente desorientado, en tan fotogénico escenario, con aquella parca negrura. Yo nunca pensé que esta sería mi última ruta; pero, para la prensa del lunes siguiente, así fue.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Concurso de relatos 39ª Ed. Harry Potter y la piedra filosofal de J. K. Rowling

 

CONCURSO DE RELATOS 39ª Ed. HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL de J. K. Rowling

Mi amigo Enrique y yo

Desde que, de niños, nos conocimos, Enrique y yo fuimos inseparables. Hasta ese punto llegó nuestra cómplice amistad, pero con el paso de los años la fui ocultando para evitarme ser tachado, cuando menos, de infantil.

Recuerdo mi último curso de primaria como el detonante de lo que acontecería después de aquel verano. Mis notas fueron bajando hasta aprobados rasos, en gran medida por dedicar el tiempo de estudio a encontrarme con Enry. Nos lo pasábamos tan bien los dos solos que todo lo demás me parecía un aburrimiento insufrible.

Fue, precisamente, mi amigo quien me advirtió del cambio de escuela para el curso siguiente; él siempre se enteraba de todo. Mis tutores legales, un pomposo abogado de media edad y una prima segunda mía de la misma quinta, eran los que se ocupaban de mi educación desde que mis padres fueron clientes (a pensión completa) de un sanatorio mental para gente bien.

Por mis justas calificaciones, a esa siniestra pareja (que lo era en todos los sentidos) de tutores míos, le vino la feliz idea de deshacerse de mí en un colegio mayor de gran renombre, pero tan distante y aislado de la civilización que ni un pobre diablo se acercaría. Un internado tan veterano como inexpugnable que en tiempos fue convento de clausura y hasta seminario. Y, desde hace unas décadas, un centro educativo para adolescentes con medios pero algo problemáticos.

Yo ya sabía como las gastaban mi prima y su abogado, esperarían hasta casi inició del curso para darme la buena nueva. Pero gracias a mi inseparable amigo, cuando ellos vinieran ya estaría de vuelta y bien preparado para el cambio que se me avecinaba; al menos, Enrique, estaría también conmigo en el nuevo colegio. No había mucha información por Internet salvo la web oficial y, por su sobrio aspecto, parecía más dedicada a satisfacer los gustos vengativos de padres y tutores que del bienestar de sus internados.

De las actividades de mi futura cárcel estudiantil la única que me gustó fue que había esgrima y ajedrez. Por las indicaciones del reglamento interno del que tanto se enorgullecía el centro, aquello era un copia y pega de las estrictas normas de un convento de clausura y la disciplina de una academia militar.

El primero de septiembre, en la comida familiar, mis tutores a coro me lanzaron la noticia como un premio para mi desarrollo intelectual que no podía rechazar. Y casi sin tiempo, para acabarme el postre, fui llevado a la estación a coger un tren que por la noche combinaría con un expreso que al día siguiente, cuando menos, me dejaría cerca de Transilvania. Luego un autobús, este ya del colegio, nos recogería para hacer la última etapa de esta odisea de viaje. 

La verdad es que disfruté del viaje, Enrique y yo no nos separamos ni un momento preparando estrategias para las previsibles novatadas que nos esperarían siendo los de primer curso. En la segunda jornada de tren echamos un vistazo por todos los vagones buscando algún posible interno más y únicamente dimos con un grupo sospechoso, pero por desgracia uno o dos años mayores.

Al subir al bus pude confirmar que los cuatro chavales del tren eran del colegio y, por sus miradas de reojo, que ya se relamían cual gatos de lo que me harían esa misma noche en el internado. Para no delatarme, durante las tres horas de trayecto por aquella sinuosa comarcal en la tartana, con Enrique solo hablé con gestos y señas como solíamos hacer cuando queríamos pasar desapercibidos. 

El recibimiento fue tan frío como cabía esperar en semejante penal, ya contaba con ello, y me asignaron una pequeña celda como a cualquier otro novicio. En la cena, todavía por señas, Enry me dio a entender que éramos los primeros en llegar, pero que al día siguiente vendría el resto. Estaba claro que los cuatro veteranos esa misma noche se estrenarían únicamente conmigo.

Sabiendo lo que pasaría tenía dos opciones: retrasar la novatada, bloqueando la puerta con la silla y dos cuñas que me había preparado, o enseñar mis cartas desde el primer día. Opté por lo segundo y ni siquiera eché la llave, pero sí giré el espejo, lo justo, para que la tenue luz del patio (reflejada de la ventana) dejara una esquina de la habitación en completa penumbra.

No se hicieron mucho de rogar mis bromistas compañeros. Como cuatro fantasmas (enfundados en sábanas) sigilosos entraron en mi cuarto poniéndose cada uno en una esquina de la cama con la intención de asustarme cruelmente. Al tercer intento de su ulular se dieron cuenta de que intentaban intimidar a una almohada tapada.

Yo les observaba mimetizado con la penumbra de esa esquina ciega hasta que no pude evitar una carcajada al ver su frustración por aquel ridículo. Entonces, al quedar delatado, se volvieron desafiantes y me maldijeron, acercándose raudos con intención de no errar nuevamente.

Otro maldito autista que se cree muy listo, dijo el más bravucón. Enry ya no pudo contenerse ante ese insulto e hizo aparición; él no necesita sábana alguna para parecer un espectro. Los cuatro fantasmas de guardarropía salieron despavoridos, casi atravesando la puerta, al no acertar a abrirla.

Cuando un médico me diagnosticó Síndrome de Asperger, mi tío tatarabuelo Enrique (el que se ahogó de niño en el Titanic) se me empezó a aparecer; con su traje de marinerito, para hacerse mi mejor amigo.

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(900 palabras)




domingo, 15 de octubre de 2023

CONCURSO DE RELATOS XXXVIII ED. MATAR UN RUISEÑOR DE HARPER LEE. "Los olvidados del sótano"

 

CONCURSO DE RELATOS XXXVIII ED. MATAR UN RUISEÑOR DE HARPER LEE.



Los olvidados del sótano

Las oficinas, sobre todo las que ocupan un edificio entero, son en sí mismas una completa sociedad en horario laboral; cual hormiguero humano.  En mi primer año laboral yo fui una mezcla entre becario, chico de la fotocopia, y cartero, de una importante firma únicamente nacional; Pero, eso sí, con un inmueble propio de seis plantas.

En este tipo de empresas la lógica piramidal establecía que cuanto más arriba llegaras también lo haría el salario así como que el trabajo se basaría en tomar decisiones sobre las tareas de la planta inferior. Por ello, los jefes ejecutivos de la sexta aprobarían, o no, los procesos de los directores generales. Y estos, a su vez, sobre los objetivos de los responsables de departamento de la cuarta planta.

Llegar a encargado de sección era la meta profesional a la que los empleados normales podíamos aspirar, aunque quedarse en técnico de departamento del segundo piso o de servicios de la primera era lo más habitual; incluso, de atención al público, en la planta baja.

Yo aquel año empecé desde abajo, en el mismo sótano donde se ubicaba el archivo y custodia de toda la documentación de la empresa. Tanto la física como la informatizada en el servidor. De ahí mi multifuncionalidad, fotocopiando, escaneando, o como cartero recogiendo y entregando sobres por todas las plantas.

Mi jefe (jefa) era el único responsable departamental que no tenía su despacho en la cuarta planta como sus homólogos. En su primera etapa laboral, gracias a un curriculum con tres licenciaturas y dos doctorados (ni los de la sexta tenían ese nivel académico), promocionó rápidamente. Pero en aquella época era la única mujer titulada y, las mentes mal pensantes, vieron a Dios creando un responsable de archivo y custodia de documentación. Y algo que iba a ser puntual y provisional pasó a ser una cadena perpetua dado que aquel (hasta entonces) infravalorado departamento empezó a ser eficiente y operativo gracias a ella.

Con el paso de los años, los de arriba (muy intencionadamente), se fueron olvidando de aquella perla relegada al sótano del edificio. Y mi jefa, por su parte, fue asumiendo asumió que allí acabaría su carrera laboral; sin más reconocimiento que el de su perfecta organización (y la correspondiente prima), pero sin opciones de subir planta alguna. Y eso que, cuando yo fui contratado, en la sexta ya había una ejecutiva (una simple licenciada, pero hija de uno de los socios); más dos arpías en el quinto piso, la de directora de recursos humanos y la de compras (también con algún apadrinamiento poco transparente).

Estuve tres meses a prueba y doña Reme (para su mala estrella Remedios se llamaba mi jefa), a pesar de ser bastante estricta (y hasta gruñona) me permitió seguir; a pesar de varias torpezas acordes con mi inexperiencia. Ella no era tan vieja como para ser mi madre, pero sí esa hermana mayor mandona y seria. El caso es que en un par de años, en aquel sótano nos quedamos nosotros dos solos, mis otros compañeros (todos con alguna tarjeta de alguien superior) promocionaron de planta. Y, estando ya todo informatizado, la empresa consideró que, con un responsable y un ayudante, el departamento de documentación y custodia ya estaba bien dimensionado.

Mi temprana promoción (aun siendo allí abajo) me vino muy bien económicamente y sé que Remedios tuvo mucho que ver con ello. En los siguientes años optimizamos tanto el departamento que salvo para los buitres de la sexta establecimos un horario de entrega y recogida de documentación que, a pesar de las críticas de los de la cuarta y quinta planta, mejoró aún más nuestra eficiencia. Tal vez por eso, nuestros compañeros de arriba, nos pusieron los motes de la bruja y el chupatintas del sótano.

Yo ante aquel menosprecio, una mañana tomando un café los dos (dentro de nuestra cueva habíamos habilitado un cuartito a modo de cocina), rompí el hielo jerárquico y empecé a tutear a Remedios. Ella (mi superiora) ya lo hacía desde el primer día y, entre risas, me dijo: «Ya has tardado en decidirte». 
Aquel momento fue tan mágico, en muchos sentidos, que a ambos nos libró de todo el mal rollo que ese sótano nos había provocado.

Nos habíamos liberado de esa enfermiza frustración laboral reflejada en nuestros rostros, ahora podíamos mirar con cordialidad; y, hasta cómplices, sonreír. Nuestra metamorfosis motivó en todo el edificio el rumor de que fijo manteníamos relaciones. Con la próxima absorción de la empresa por una multinacional, los de arriba decidieron que los amantes del sótano (como nos llamaban ahora), sobrábamos; máxime teniendo tan automatizado el departamento de archivo y custodia.

Una comitiva encabezada por la directora de recursos humanos y cuatro o cinco pedorros más de los últimos pisos bajaron a nuestro sótano a avergonzarnos por nuestra falta de pudor y decencia, exigiéndonos con intimidación (literalmente insultos) firmar 
un despido por causas objetivas para evitar juicios y más escándalos. Reme y yo, después de mirarnos con sorpresa, no pudimos evitar soltar una carcajada.

La sentencia en el juicio fue muy clara, tanto que ninguno de aquel comité puritano forma parte de la plantilla de la nueva empresa. Nuestro sistema de trabajo incorporaba numerosas cámaras de seguridad y lo único escandaloso que recogieron fue aquel amago de linchamiento. Ahora, Reme dirige el centro de datos de la multinacional desde una séptima planta; y yo, soy su compañero, a jornada completa.