Bueno, dado que mis personajes no dejan de bullirme en la cabeza sintiéndose identificados con el reto, aquí va otra media docena de huevos. Digo, de micros, con antagonistas de todo tipo.
Saludos y gracias por leerme.
La marquesa y el zapatero remendón
Doña Celeste o la marquesa, como todo el mundo se refería a ella en el barrio, por su soberbia y prepotencia, no estaba en su mejor momento económico. Su tercer marido, recientemente fallecido, le salió sapo y no tenía tanta solvencia como ella se pensaba. El finado se fue gastando su fortuna en el juego, por supuesto a escondidas de Celes; y, si ella no hubiera aumentado su dosis de gotas en el café, no le habrá quedado ni un real.
Teniendo la señora que apretarse el corsé, hasta desplumar al siguiente pimpollo, no le quedó más remedio que en vez de comprarse zapatos nuevos de baile (su coto privado de caza) tuviese que llevar los viejos al zapatero remendón del barrio. El buen hombre (ahora más viejo y huraño) estuvo en su juventud suspirando por Celeste, sacando ella buen provecho al no pagar nunca sus arreglos.
Con el tiempo aquel hábil artesano, y después de las tres bodas de su añorada, comprendió que ella nunca se fijaría en él; además de sospechar de que fuera una viuda negra. En esta ocasión tampoco osaría cobrarla, pero por despecho del continuo rechazo, dejo un clavo (algo más largo con la punta oxidada) en la puntera de los zapatos de baile.
No le costaría a la marquesa pillar a otro mirlo forrado en el baile de los sábados, pero esta vez no tuvo tiempo de utilizar sus gotas mortales; el tétanos, le gano la partida por la mano.
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Como vendí mi Alma al Diablo
En estos tiempos tan extraños la venta de almas estaba desbordada. Con lo que se avecinaba nadie dudaba en empeñar su espíritu a cambio de un único año de abundancia. El Diablo y sus demonios no daban abasto y tuvieron que echar mano de los que en el infierno ya estaban más a gusto que en su casa. Vale, siempre olía a chamusquina y hacía un calor de mil demonios, pero podían seguir con sus fechorías y cometer los asesinatos que quisieran; hoy te mataban, y mañana matabas tú, y así hasta la eternidad.
Yo también me planteaba vender mi Alma, pero tenía mis dudas acerca de la longeva duración del trato. La diablesa que, melosa e insinuante, me tentaba a firmar se empezaba a impacientar; menuda cola larga, de candidatos, tenía esperando. Finalmente, cuando la vendedora ya estaba con sus uñas desgarrando la mesa, le pregunté que si cuando fuera al infierno podría hacer allí lo que quisiera.
Aliviada, la diablesa, me respondió con un contundente: “Si”. Le pedí que lo pusiera como cláusula final del contrato y firmé. Ese año disfruté más que un rey de juerga en juerga, me lo pase de miedo y el último día, literalmente, de muerte.
Mis primeros meses en el infierno fueron terribles, todos los días y noches novatadas. Cuando, ya habían matado y violado mi alma chiquicientas veces, estuve preparado e hice valer mi contrato. Le puse en la puerta las maletas al Diablo y ahora trabaja, a comisión, para mí.
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Memorias de un ladrón
De niño me adoctrinaron para que fuera bueno y, a base de castigos o cachetes, aprendí a ser muy bueno. De estar presente en todas las travesuras típicas por la edad, con la consiguiente reprimenda física, supe desarrollar un instinto para desaparecer antes de ser pillado. Era tan bueno con mis coartadas que todos se convencieron de mi buena actitud en el camino recto.
Así es que, cuando tuve edad para escoger oficio, me esforcé al máximo en ser ladrón de guante blanco, para poder mantener inmaculada mi reputación como secretario notarial.
Si no abusas de la suerte, ni eres avaricioso, en el casino con algo de habilidad, puedes sacar lo suficiente para costear los vicios que el salario de escribiente no podía, ni de lejos, cubrir. En joyerías y bancos, al despiste de ricachones o emperifolladas señoras, también siempre algo caía como recompensa; o pago de chantaje, por su indiscreción. Por último, algún bien planificado robo, por encargo de algún coleccionista o propia satisfacción, en casa de un rival o directamente en un museo.
Ahora, que estoy retirado, sigo siendo un hombre ejemplar para amigos, conocidos, y vecinos. Pero cuando tengo el capricho no me falta, solo por deporte, una cartera o collar que sustraer para luego devolverlos, por supuesto, anónimamente.
Hace no mucho me divertí de lo lindo con la prensa local. Publicaron un artículo especial recordando los golpes más espectaculares del nunca identificado
Arsenio Lupin. Lo que pude disfrutar recordando aquellos tiempos de mi máximo esplendor.
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Mi cielo puede esperar
Visiblemente contrariado por mi presencia ante él, El Guardián de la Gran Puerta, miro repetidas veces mis papeles que en esta ocasión sí estaban en regla. La vez anterior, cuando me fugué, yo mismo los falsifique y lógicamente no colaron.
Al final, jurando entre dientes, San Pedro echó mano de la gran llave que colgaba del cinto de su túnica y me abrió la Gran Puerta del Cielo. Después de mi milenaria condena en el purgatorio yo, al otro lado de ese portón que se abría ante mí, sería como un cocodrilo en un estanque de patos.
La diversión que me prometía tanta Alma blanca, al poco tiempo, me resultó como comer pollo todos los días; acabando empachado y aborreciéndolo. Allí todos éramos amigos, pero no como los de mi cuadrilla de fechorías. Y los ángeles guardianes, con su infinita comprensión y bondad, me resultaban vomitivos.
Yo no encajaba en ese lugar y no había forma alguna de salir. Tuve que ir a la desesperada, si no quería morirme de asco en el Santo Cielo, así que elaboré mi sofisticado plan:
«La noche de Navidad me acerqué al Portal de Belén y, sin felicitar las fiestas siquiera, me cargué a la Virgen, a San José y al niño en la cuna».
A Dios no le quedó otra que resucitarlos y mandarme a mí de vuelta al purgatorio un millón de años y un día. Yo le di las gracias de todo corazón; aunque, enseñándole mi dedo (corazón) erguido, para disimular.
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El ladino (dependiente) honrado
Lo mío no es vender, me pongo en la piel de las clientas o en los zapatos del comprador diciéndoles la verdad del producto, incluso su engordado precio. Así que mi salario es el básico porque nunca llego al mínimo de ventas para el plus de productividad.
La encargada de mi sección es un azucarillo para los jefes, simpatía dental para los clientes y muy estricta con sus subordinados; conmigo, una serpiente venenosa, al yo penalizarla con mis justas (en todos los sentidos) ventas.
Con el tiempo mi honradez como vendedor dio sus frutos, y bajo una nueva visión comercial, promocioné a defensor del cliente del centro.
Mi antigua jefa, y sus equivalentes, ahora estaban por debajo de mí. Y, por fin, ya podría servirme plato y medio de esa venganza fría que durante años estuve, en silencio, cocinando.
Aquellos vendedores que, en las reuniones de departamento y comidas de empresa, se jactaban de sus méritos engañando a los clientes fueron los entremeses de mi menú. Con mensajes anónimos advertía a los timados para qué protestarán. Yo, como defensor, daba curso a la reclamación y adiós a su plus de productividad.
El plato fuerte, mi exjefa, tuvo que esperar hasta que yo me colase en su grupo de WhatsApp de encargados. La dirección, gracias a mis pantallazos (anónimos) de su despótica hipocresía, la despidió fulminantemente.
Mi postre es la adjunta de recursos humanos (a quien supe camelar para que me dieran el puesto), pero eso será privado y no público.
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El atasco de cada día
Cada día laborable era la misma rutina. Por pronto que yo saliera de casa no podía evitarme, los quince o veinte minutos de atasco, para entrar en la ciudad. Para eso, mi vecino, el del otro lado de mi pareado, con su gran y ruidosa moto se paseaba entre las dos filas de coches como un privilegiado. Eso era algo que, en cuanto sentía ese rugido creciente e impasible aproximarse, ponía mi impaciencia al límite.
Yo, de vehículos con motor de dos ruedas, no entiendo gran cosa. Únicamente diferencio las motos por tamaño y, claro, por su color. La que a mí me volvía loco era inmensa y negra; igual que el atuendo de cuero de mi vecino en ella. Salvo que se colara entre los coches no teníamos mala relación; incluso, los fines de semana, alternábamos barbacoas en nuestros jardines.
Mi oportunidad vino una lluviosa tarde de viernes regresando por la autovía, en ese tramo únicamente circulaba yo hasta que vi, como una exhalación, llegar una gran moto negra por la izquierda. En cuanto estuvo a mi altura me metí en su carril. Él, sin tiempo para evitarme, se echó hacia la mediana saltando su cuerpo al otro lado. Yo, astutamente, frené para comprobar que mi maniobra no había sido vista. El chirriar desesperado de unos frenos me confirmó el desenlace del negro motorista.
Ese sábado me tocaba a mí la barbacoa y con gran sorpresa vi que no faltó mi vecino. Hay más días que longaniza, pensé sonriendo.
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¡Hola, JM! Una vez más te digo que me alegra que el microrreto sobre villanos te haya inspirado tanto :). Aquí nos muestras antagonistas y situaciones de todo tipo: elementos, lugares del Más Allá, un famoso ladrón, pensamientos sobre temas laborales o del día a día... Por cierto, el relato sobre el atasco me ha llamado la atención porque creo que todos nos hemos fijado alguna vez en esa moto que adelanta por un lado en pleno embotellamiento. Algunas lo hacen correctamente y ahí no hay nada que decir, pero a veces, aparece la típica moto que quiere pasar a presión o a la fuerza y saca de quicio 😅.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Hola, M.A.
ResponderEliminarPues ya ves que no exageraba, me ha dado para liberar a nueve elementos de cuidado bajo unas específicas circunstancias, gracias a ti por ayudarme a quitármelos del pensamiento, a saber en qué situación yo actuaria igual que ellos. 🤣🤣
Sí, el del conductor y su vecino motero, me imagino que pueda tener algún parecido con la realidad y bueno, con motos no, pero con bicis ya ha habido algún impaciente que se los ha llevado por delante. Para conducir tendría que haber un psicotécnico del carácter, un coche o un camión puede ser más peligroso que una escopeta como se le cruce el cable a quien conduzca.
Saludos.
Muy inspirados tus relatos.
ResponderEliminarComo que una antagonista tiene que tener mucho cuidado en quien confía, porque puede ser víctima de otro antagonista.
Y el cielo puede ser un castigo para quienes ingresan, haciendo trampas.
Saludos.
Muchas gracias, Demiurgo. Como bien dices, yo tampoco creo que El Cielo sea un paraíso para todos. Yo fijo que con el tiempo me aburriría y haría alguna escapada a otros lares con más atractivo. Algo así como cuando de crío me sacaba en la máquina de bebidas, de las salas recreativas, una cerveza en vez de una Fanta; por ejemplo. 😂😂
EliminarGracias por pasar y comentar. Un saludo.
Variedad hay sin duda de historias de Antagonistas, que no se esperan tenerlos, cielo e infierno, purgatorio, barbacoas, carreras de coches y motos, vamos que no falta de nada. Enhorabuena JM Vanjav Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Ainhoa. Yo creo que todos podemos ser nuestros propios antagonistas según el momento y la situación. La cosa es pasar del pensamiento malo o retorcido a la acción.
EliminarMe alegro de que te hayan gustado este abanico de personajes tan poco recomendables. Gracias por pasar y comentar. Saludos.
Buenísimos: humor negro del reconcentrado y selecto XD
ResponderEliminarHola, Guille. Muchas gracias, como ya hace tiempo alguien me dijo debe ser marca de la casa y yo pues no soy quien para renegar de ello.
EliminarGracias por pasar y comentar, saludos.
Un placer leerte siempre. JM Vanjav. La caracterización de los personajes, el desarrollo de las historias, villanas atrapadas por despecho, tramposos, carreras, humor... Qué imaginación la tuya. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, María Pilar. Todo un halago por tu parte teniendo tan fina pluma (o buen teclado) y lo digo sin la ironía de mis personajes. En esta ocasión reconozco que la imaginación me ha acompañado y me he desquitado de cuando es justo lo contrario.
EliminarGracias por pasar y comentar, saludos.
¡Hola, JM! Un terna de relatos donde el humor negro es el hilo conductor. Y es que el humor siempre es la mejor arma para enfrentarse al Mal, una buena sonrisa es la mejor forma de desarmar al más pintado. Bueno, quizá ese vecino motorista tenga que esmerarse más, porque el villano le tiene bien echado el ojo, ja, ja, ja... Un abrazo!
ResponderEliminarHola, David, Sin un sentido de humor adecuado hasta la mejor de las aptitudes se acaban quebrando. Estos personajes son un poco la combinación entre Patán y Pier Nodoyuna.
EliminarMe alegra que te hayan divertido, para mí eso está por encima de entretenido y me siento satisfecho. Con estos micros me he quitado un montón de personajillos que me revoloteaban en la cabeza como abejorros.
Gracias por pasar y comentar, saludos.