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Él y Ella
Ha pasado un mes y te sigo viendo cada vez que llego a casa. Tú, al otro lado de la puerta, esperándome y según la hora con una mirada diferente. Si yo volvía pronto te brillaban los ojos y respirabas jadeante de alegría. En cambio, cuando saliendo del trabajo me dejaba liar por los compañeros para tomar el aperitivo, tu gesto era entre indulgente y recriminatorio según las rondas de alcohol con las que llegara. Por último estaba tu desidia, cuando alguna vez se me ocurría comer fuera y la sobremesa se prolongaba hasta media tarde, con esa mirada de indiferencia y abandono hacia mi presencia.
Nos conocíamos demasiado bien y, sin necesidad de hablar, solo con la mirada nos decíamos más que con cualquier conversación, explicación o excusa correspondiente. Tal vez, porque compartimos una época dura los dos de soledad y abandono, nuestra silenciosa comunicación resultó tan efectiva y correspondida.
No vienen al caso mis primeros recuerdos ni de Ella ni de ti, pero cada una de estas tardes, llegará pronto o más tarde, era lo que mi mente sistemáticamente colgaba como cuadros en esa casa tan vacía.
Sé que el final está próximo y las imágenes se me agolpan no solo en casa sino a cualquier hora ya del día. Dormir para mí ya es solo una ilusión, casi hasta el amanecer es un duermevela de fugaces sueños distorsionados por los recuerdos y la nostalgia. Al final, solo el agotamiento de tanto trajín me deja dar una breve cabezada hasta que el despertador con estridencia me la corta.
Hoy es el último día, mi último día para muchas cosas, no he podido librarme del aperitivo, ni tampoco de la comida tardía alargada hasta la hora de merendar con su sobremesa. Llegaré cargado, más de lo debido, de mi despedida laboral. Cuando abra la puerta de casa espero ver tu mirada, la que sea al otro lado, porque significará que Ella te ha traído como quedamos en la separación.
Estoy metiendo la llave en la cerradura, entre el alcohol y la emoción no atino alargando el momento de este desenlace. No estoy en las mejores condiciones para el discurso que tenía preparado, pero lo que diga medio trabado por la bebida será sincero y mi excusa verdadera. Ya no habrá más discusiones por llegar tarde, bebido, y malhumorado. Esta será mi última resaca de todo y aunque nunca llegué a ser mala persona sí fui lo suficiente egoísta para llegar a perder lo que realmente importaba.
Epílogo (para quienes quieran un final más cerrado)
La resaca es monumental y en esta medio oscuridad, temo abrir los ojos al notar la claridad del día a través de los parpados, me protejo a medida que me voy despertando. Como en un borroso sueño uno los recuerdos que no tengo claros si son reales o imaginados. Finalmente acerté a abrir la puerta y la casa estaba vacía, ni el cabrón de Luky estaba al otro lado ni Ella en el sofá esperando mis explicaciones.
Con semejante decepción solo se me ocurrió escribir una nota de excusa y a la vez despedida mientras tomaba una necesaria copa. Creo que debió ser lo primero lo que me salvó. Aún más borrosa tengo la imagen de Ella con la maleta en una mano y mi escrito en la otra mientras el perro me olisquea a mí en el sofá completamente noqueado.
Al fin puedo abrir los ojos creo que ha sido un conocido aroma lo que me ha forzado a ello. Luky está justo enfrente de mi cara sentado mirándome pensativo y Ella, de pies a su lado, me ofrece una taza café bien cargado. A pesar de la jaqueca consigo sentarme y bebo la negra infusión sin mediar palabra; mejor tomarme ese respiro antes de la sentencia. Tanto Ella como nuestro perro llegaron con retraso por un monumental atasco, eso propició que yo escribiera mi declaración y ahora llegaba la hora de la verdad.
Otro mes ha pasado y ahora nos sobra tiempo libre a los tres. Lo mío de beber ya se ha quedado en lo estrictamente necesario con la comida. Las discusiones han seguido pero mucho más espaciadas por cosas tontas y sin ninguna acritud. Luky está encantado porque ahora ya no tiene que compartir tutela y va con nosotros a cualquier lado. Ella acertó al tensar la cuerda de la relación porque al final se afinó en lo que importaba de verdad. Y Yo, ahora que sé lo que es perderla, valoro como es debido su compañía y su presencia; ahora los tres estamos al mismo lado de la puerta.
Epílogo II (únicamente para los más osados)
Él nunca tuvo perro, Luky fue el nombre que de niño puso a un peluche, encontrado entre las basuras de un contenedor. Ella tampoco existió, era cualquier atractiva mujer que por delante de él pasara. Y Él, ni llegaba a casa cada día ni nunca se jubiló, solo era un sintecho mendigando para comprar vino de cartón; y en sus etílicos delirios, se imaginaba una vida con otra condición.
Yo soy La Muerte, cita inevitable de todos los humanos, pero no albergo crueldad alguna. Pues, cuando un cuerpo ya inerte y frío me llega, dejo que sus últimos pensamientos le mantengan encendida la llama de la imaginación, para toda la Eternidad.
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