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miércoles, 10 de enero de 2018

La tertulia de las diez: El Hostal al final del callejón

Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.

Su cadencia de taconeo iba aumentando desde que percibió un eco en sus pasos, había estado paseando toda la tarde, para patear y conocer el barrio donde se iba a incorporar a trabajar la siguiente semana. La noche la había pillado sin enterarse gracias a la niebla, ahora más espesa y totalmente difuminada con el alumbrado público. Sabía aproximadamente donde tenia el Hostal y que si cruzaba por la siguiente bocacalle atajaría un buen trecho. No estaba nerviosa pero esos pasos entre la niebla la estaban incomodando.

Sólo eran las nueve pero no había un alma en toda la avenida, más que la suya empezando a latir con fuerza, bajo su pecho; y la de su perseguidor, oculto por la niebla. Al llegar al cruce de la calle, no lo dudo y se decidió por el estrecho callejón que la dejaría a unos metros de su hospedaje; además, su acosador, seguramente, la perdería y cuando quisiera volver sobre sus pasos ya no tendría tiempo de alcanzarla.

Si la avenida, totalmente solitaria y con esa niebla de cuchillo, imponía respeto; la callejuela, que cruzaba en sesgado hasta enfrente de su destino, daba miedo, tan estrecha y casi sin luz, parecía el auténtico puré de guisantes londinense. El resonar de sus pasos retumbaba en el adoquinado como un redoble, y de fondo, los otros pasos, más apagados, pero a su mismo ritmo.

Ya tenia que estar a punto de salir a la avenida principal cuando sintió un pequeño golpe en la espalda, el miedo la paralizo en seco y asumiendo que podría ser su último minuto de vida se volvió, lentamente, para dar la cara a su perseguidor. Unos ojos mirando al infinito, fríos e inexpresivos, la escrutaban sin ningún pudor ni respeto. Ella presintió lo peor, pero el terror la tenia tan inmovilizada que no veía posibilidad alguna de reacción.
— Perdone, le he tropezado sin querer, me puede decir si por aquí voy bien para el Hostal el Roble. Es de mi hermana, he llegado hace unos días y todavía no me oriento bien en estas calles.

Ella bajo la vista y vio la mano, que un momento antes toco su espalda, sujetaba un bastón blanco. Esta vez el corazón le latió como un tambor, de alegría; noto como la sangre volvió a dar color a su palidez y las mejillas le empezaban a arder. El ciego no vería su sonrojo, pero seguro que si oiría el desenfrenado latir de su corazón; al pensar esto, todavía se sentía más colorada, pero sentir vergüenza no es ninguna deshonra, respiró profundamente. Cogiendo del brazo libre al buen hombre, cruzaron la calle; al fondo, un letrero, totalmente difuminado por la niebla, parecía querer poner Hostal.

JM Vanjav WordPress

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