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CONCURSO DE RELATOS 45ª Ed. LA ISLA DEL TESORO de R.L. StevensonEl joven cartógrafoMi trabajo de aprendiz de cartógrafo era lo más a lo que yo podía aspirar en mi juventud, siendo yo poco ducho para cualquier oficio de fuerza o destreza. Mi familia regentaba una humilde posada en una posta de la comarca, por supuesto no diré ni cuál ni siquiera el condado a donde pertenecía. La cuestión es que el alquiler de la misma se llevaba prácticamente toda la ganancia; así que yo tuve que dejar la escuela sabiendo únicamente leer, escribir y las cuatro reglas básicas para no ser engañado con el dinero; para ir a trabajar a la taberna del puerto de… para ganarme la comida ayudando a mi tío. Solo recordaba haber visto al hermano de mi madre un lejano verano, cuando vino a visitarnos y se quedó casi hasta el otoño; o para esconderse durante un tiempo prudencial, más bien, pienso ahora. Al llegar al puerto no tuve pérdida, en cuanto pregunté por la taberna del zurdo manco (tenía el brazo derecho medio inmovilizado por una herida de guerra, según él) todas las indicaciones me llevaron derecho a un tugurio en la zona menos recomendable del puerto, pero identificándome como sobrino suyo no tuve, en aquella travesía, percance alguno; a pesar de cruzarme con la gente menos recomendable del lugar. Aunque el trabajo en la taberna era duro, más que nada, porque no había horario y, según las mareas, podíamos despachar a cualquier hora. Mi tío era la oveja negra de la familia por sus andanzas, pero mejor amigo de sus amigos, respetando ese código como nadie; además de muy paliquero contando todas sus andanzas en mar y tierra antes del percance de su brazo derecho. De ahí que su taberna fuera como un puerto franco para cualquiera que entrase como un terreno neutral donde beber hasta caer como cubas, comerciar o directamente trapichear. En ese ambiente aprendí más que en cualquier escuela, no solo las cosas de la vida, sino como negociar cualquier clase de trato, y a aprender tanto una jerga indescifrable para profanos como varias lenguas extranjeras con soltura. Así, después de unos siete años con los dieciocho recién cumplidos, mi tío me llevó a la tienda de mapas que regentaba, precisamente, su viejo capitán para acabar mi formación antes de empezar a navegar; porque saber interpretar con precisión una carta marina me serviría para embarcarme como segundo del timonel. Fueron unos meses muy duros a las órdenes de aquel viejo cascarrabias que no permitía ni el más mínimo error o borrón en sus cartas. El cabrón las repasaba, nada más secarse la tinta, con una potente lupa que descubría la más pequeña de las faltas. Sus dos ayudantes y yo hicimos buenas migas porque yo me callaba sus copias y ventas particulares de cartas y mapas siguiendo el código que tan bien aprendí en la taberna de mi tío; y ellos, a su vez, me ayudaban a acabar con mi faena cuando el viejo capitán, entrado el ocaso, se iba a hacer cabotaje por todas y cada una de las tabernas del puerto. Ya, en mi primer barco, quedé enrolado (para una larga travesía comercial) como segundo timonel. Tal como había vaticinado mi tío, gracias a la carta de recomendación y aval de mis conocimientos cartográficos. Navegar durante días y semanas entre aquella inmensidad de agua, sin avistar más que las estrellas en las noches despejadas, es algo indescriptible; haciendo que todo eso se quede en nada cuando, una mar embravecida, te zarandea el barco como si fuese una pluma en medio de un vendaval. Después de nueve meses navegando, como si de un parto se tratara, abrí los ojos y até todos los cabos. No fue por casualidad mi aprendizaje en la taberna de mi tío, ni luego los casi dos años como cartógrafo con el viejo capitán. Lo mismo que tampoco era ninguna casualidad de que el barco perteneciese a la naviera del mismo noble que ahogaba con sus alquileres la posada de mi familia y las granjas del condado que llevaba su nombre. Dicen que si hay algo que te curte de verdad en la vida es navegar y puedo dar Fe de ello. La venganza se sirve fría y si han pasado años, como el buen ron, adquiere solera para saborearse más a gusto. Tanto mi padre como mi tío se conocieron de grumetes, haciéndose amigos inseparables, navegando al menos diez años, hasta el naufragio en que fueron acusados de piratería por encallar el barco compinchados con una banda de pillaje que esperaba en la orilla. Pero la verdad es que fue el primer oficial del barco, siguiendo fielmente las instrucciones del naviero, para cobrar un abultado seguro por una carga inexistente de especias. Mi padre, por los pelos, pudo demostrar que no estaba de turno y se hizo cargo de la que sería madre; porque mi futuro tío, forcejeando al timón con el oficial comprado, tuvo (malherido) que desaparecer para librarse de la horca. Por su parte, el capitán (mi maestro cartógrafo) fue acusado de negligencia y desposeído de la titulación. En el horizonte ya avistamos la penúltima escala de este viaje, mi capitán (aquel primer oficial corrupto) no sabe que esa pequeña isla, donde se supone que atracaremos a repostar víveres (una motita negra pintada, a propósito, desviada ligeramente de su ubicación), es la Isla Tortuga; donde, sus viejos amigos muy ansiosos, nos están esperando. (Casi 900 palabras) |
"Tonterías profundas..."
Opiniones y reflexiones con una lógica un poco particular. Simplezas con sal y pimienta para que no sean tan simples. Tonterías profundas que no teorías profundas.
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sábado, 15 de febrero de 2025
CONCURSO DE RELATOS 45ª Ed. LA ISLA DEL TESORO de R.L. Stevenson (El joven cartógrafo)
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