Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.
Desde hacia una buena temporada todas las mañanas era la misma historia, despertar cansado como si en vez de dormir saliera de un turno de trabajo, unos pensamientos casi desvanecidos que siempre eran los mismos y un regusto metálico y ácido en la boca.
Cambio varias veces la rutina, intentando dormir primero, cenar cosas muy ligeras, no probar el alcohol y toda la gama de infusiones al uso. Evitaba la química de las farmacias, a pesar de tener recetas, por varios episodios de alucinaciones que resultaron peor que la enfermedad. Al final, lo que mejor resultado le daba era aguantar hasta la madrugada despierto para, al menos, coger un sueño profundo y descansar un poco más.
Esta nueva rutina le vino bien porque volvió a retomar su afición a la lectura, leía todas las noches desde las diez hasta más de las dos de la madrugada, que era el momento en que mejor le sentaba a su descompensado organismo, para dejarse dormir. Rápidamente se fue poniendo al día, en su abandonada biblioteca, alternando novelas densas con otras que recopilaban relatos.
Su espectro de géneros era amplio pero los relatos de anticipación y, sobre todo, de civilizaciones con tecnologías avanzadas ensombrecía al resto. De hecho, por este aluvión de historias, se montó una teoría sobre lo que le estaba pasando y hasta la forma de demostrarlo con una experiencia única y revolucionaria.
Para su experimento no hacían falta componentes muy costosos, lo más complicado sería el tiempo, según sus cálculos necesitaría unas cien horas para completar la prueba. Así, que preparó una lista con todo lo necesario y fijo la fecha del siguiente puente más dos días adicionales de vacaciones para su paso a la posteridad.
Ya se había hecho con todo el material, lo fue tachando, para no dejarse nada olvidado:
Por suerte el trabajo de esa víspera de fiesta era como un anticipo de la misma y las ocho horas se le pasaron rápidamente. Ya en casa tenía la piscina montada, en la sala, con 30cm de agua y los dos calentadores manteniendola a 38º. Encima de la mesa estaban dispuestas las botellas de suero, en un sistema de rampa, para para ir proporcionando gota a gota su fuente de alimento e hidratación de las cien horas siguientes. Solo le faltaba ponerse la sonda, a través de un corte que le había hecho al traje de buceo. Lo más complicado, seria clavarse la vía, para conectar el conducto del suero.
Era la hora, se tomo las pastillas para dormir y se recostó, flotando en la piscina con las bolas de poliexpan, como separadores, evitando que su cuerpo tocara las paredes de su literal cama de agua. En seguida le llegó el sopor del sueño químico, había aumentado algo la dosis para entrar antes en su trance, solo tuvo tiempo de ajustarse el antifaz y dejarse flotar...
Desde hacia una buena temporada todas las mañanas era la misma historia, despertar cansado como si en vez de dormir saliera de un turno de trabajo, unos pensamientos casi desvanecidos que siempre eran los mismos y un regusto metálico y ácido en la boca.
Cambio varias veces la rutina, intentando dormir primero, cenar cosas muy ligeras, no probar el alcohol y toda la gama de infusiones al uso. Evitaba la química de las farmacias, a pesar de tener recetas, por varios episodios de alucinaciones que resultaron peor que la enfermedad. Al final, lo que mejor resultado le daba era aguantar hasta la madrugada despierto para, al menos, coger un sueño profundo y descansar un poco más.
Esta nueva rutina le vino bien porque volvió a retomar su afición a la lectura, leía todas las noches desde las diez hasta más de las dos de la madrugada, que era el momento en que mejor le sentaba a su descompensado organismo, para dejarse dormir. Rápidamente se fue poniendo al día, en su abandonada biblioteca, alternando novelas densas con otras que recopilaban relatos.
Su espectro de géneros era amplio pero los relatos de anticipación y, sobre todo, de civilizaciones con tecnologías avanzadas ensombrecía al resto. De hecho, por este aluvión de historias, se montó una teoría sobre lo que le estaba pasando y hasta la forma de demostrarlo con una experiencia única y revolucionaria.
Para su experimento no hacían falta componentes muy costosos, lo más complicado sería el tiempo, según sus cálculos necesitaría unas cien horas para completar la prueba. Así, que preparó una lista con todo lo necesario y fijo la fecha del siguiente puente más dos días adicionales de vacaciones para su paso a la posteridad.
Ya se había hecho con todo el material, lo fue tachando, para no dejarse nada olvidado:
Piscina infantil de 2x1,5mUna caja de botellas de suero nutritivoKit de vía y conexión para el suero2 calentadores de acuarioTraje fino de neoprenoSonda urinariaCocktel de la farmacia con recetaCaja de bolas de poliexpan de 15cmAntifaz de dormir
Por suerte el trabajo de esa víspera de fiesta era como un anticipo de la misma y las ocho horas se le pasaron rápidamente. Ya en casa tenía la piscina montada, en la sala, con 30cm de agua y los dos calentadores manteniendola a 38º. Encima de la mesa estaban dispuestas las botellas de suero, en un sistema de rampa, para para ir proporcionando gota a gota su fuente de alimento e hidratación de las cien horas siguientes. Solo le faltaba ponerse la sonda, a través de un corte que le había hecho al traje de buceo. Lo más complicado, seria clavarse la vía, para conectar el conducto del suero.
Era la hora, se tomo las pastillas para dormir y se recostó, flotando en la piscina con las bolas de poliexpan, como separadores, evitando que su cuerpo tocara las paredes de su literal cama de agua. En seguida le llegó el sopor del sueño químico, había aumentado algo la dosis para entrar antes en su trance, solo tuvo tiempo de ajustarse el antifaz y dejarse flotar...
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