Bueno, después de ver las tablas de las emociones y hacerme un lío con todas ellas y sus colores me lanzo a pillar el último tren que ya estamos a fin de mes y echo mano de una entrada de diario para no quedarme con cara de bobo solo en el andén.
Diario de un Percebe: 30 de mayo de 2023
Hoy me levanté con sueño y tortícolis menudo trío, tan habitual, formamos. Medio adormilado puse la máquina del café, esta vez me acordé de poner la taza debajo del pitorro y también de la cucharadita de miel. Pero cuando, con ganas, tomé el primer sorbo no deje santo ni Alma en el cielo con mis juramentos. ¡No puede ser!, ¡otra vez no!, con las prisas no cambié la cápsula de café y aquel recuelo sabía a aguachirle de fregar.
En mi paseo matinal la suerte cambió cuando creí ver un billete de diez euros en el bordillo y presuroso, pero con el disimulo de atarme los cordones, me agaché a su lado; no fuera que hubiera alguien que lo reclamara como propio y tuviera que darlo o, en el mejor caso, repartirlo con un desconocido. Este lance me sirvió para apuntarme que debía pasar por la óptica y volver a graduarme la vista.
La comida en mi restaurante fue espectacular, las alubias en su punto, tanto que en vez de segundo repetí del primero regresando a casa con la tripa plena y satisfecha. En el ascensor me encontré con la vecina de los caniches. Mi error fue que subiéramos los cinco, pero con el apretón que ya tenía no podía esperar al siguiente viaje.
La primera ventosidad fue silenciosa, pero no pasó desapercibida para el olfato de los canes que empezaron a gruñirme ante la incredulidad de la dueña. Justo al llegar a mi planta, una sonora deflagración me delató.