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jueves, 15 de junio de 2023

CONCURSO DE RELATOS 37ª Ed. DESDE RUSIA CON AMOR de Ian Fleming (Mi primera misión)

 


Mi primera misión

Este maldito horario de verano me hizo retrasar la misión hasta casi las diez de la noche —por lo que tarda en anochecer y andaré justísimo de tiempo—, pero hoy jueves quince de junio es el último día en que puedo conseguir la documentación. Una media pinza —por supuesto de madera, las de plástico suelen romperse— que dejé por la mañana en la ventana del laboratorio de química cumplió con su cometido y no necesité de mucha fuerza para abrirla y colarme dentro.


Ahora venía la parte más complicada del plan, cruzar todos los pasillos sin disparar las alarmas de presencia. Para ello me pasé dos semanas haciendo un reconocimiento exhaustivo de todas las zonas de paso, cruces entre ellos, y por supuesto cada uno de los puntos donde estaban los dichosos sensores. Igual que un comecocos —con un detallado plano en mi móvil— fui dando vueltas y rodeos para evitar la mayoría de esas trampas. Pero con los chivatos, que estaban entre dos pasillos, no me quedaba otra que pegarme como calcomanía a la pared y deslizarme muy despacito.


Únicamente, me tuve que restregar tres veces —pensando para mis adentros que a la tercera sería la vencida— y en cada uno de esos largos minutos mis aceleradas pulsaciones parecían retumbar como un eco delator. No obstante, yo no quitaba ojo a la cajita radar por si encendía su piloto rojo a mi paso; y por ende la cámara que llevan incorporada. Sabía que por ruido no se dispararían, su micrófono se activa junto con la imagen cuando detectan algún objeto (persona) en movimiento delante suyo.


Por fin, ya estaba delante del pasillo de los despachos y su WC particular. Otra fase de mi elaborado y exquisito plan conseguida, el premio estaba cerca, pero todavía tenía que preparar mi huida y todo dependería del gato del conserje; que sería mi llave para marcharme de rositas. Accedí al servicio y abrí el ventanuco de ventilación —está claro que si fuera más grande lo habría usado como acceso y me hubiera evitado el videojuego en vivo—, con la mano pude alcanzar una cuerda que, justo antes de entrar, había dejado en la repisa. Al tirar de ella una bolsa de lona (de la medida justa) pasó por el pequeño hueco. Abrí un poco la cremallera para comprobar que su contenido estaba bien. Un tierno maullido me lo confirmo, Fleming se estaba desperezando.


Me pasé una buena temporada mimando con chucherías para gatos a esa pasota bola de pelo blanco; así que, por unas galletitas, se debió pensar que lo de meterse en la bolsa era un juego más. Es curiosa la historia de este animal, por su aspecto era como de angora con tintes callejeros. Sus dueños, seguramente de la zona pija, lo abandonarían por aquí —justo al otro extremo—, para que no acertase a regresar. El caso es que el conserje lo vio hurgando en los cubos de basura y, aunque intentó espantarlo, el gato se mostró mimoso y noble; por esa buena actitud quedó oficiosamente empleado como la mascota del centro.


Volvamos a la misión que el tiempo corre, y necesito de cada segundo, para el éxito de mis intereses. La puerta del despacho del director es de cerradura normal y pomo como el resto, además no se cierran con llave porque es fácil que se boqueen; ya ha pasado alguna vez y desde entonces la llave es solo para girar el resbalón. Esta información la viví de primera mano un día que tuvo que venir el cerrajero y también aprendí que con la holgura del marco, una tarjeta de plástico, y algo de maña se pueden abrir. La única pega es que, cuando yo intente forzarla, el sensor de la entrada del personal me detectará; aunque la cámara de seguridad, aquí independiente, apunte hacia el acceso a la calle.


Pongo el cronómetro en marcha, máximo diez minutos es lo que tardara en llegar la patrulla del barrio; y el conserje, que vive en los bloques de enfrente, parecido al oír la sirena y luces de la alarma. A mi cuarto intento con la tarjeta un clásico ulular con destellos rompe el plácido silencio. Bueno, ya estoy dentro del despacho y nada más me falta abrir el archivador para recuperar mi expediente y de paso el de algunos compañeros más. Para esa pequeña cerradura me hice una llavecita maestra con ayuda de una disimulada foto al llavero del director. Misión cumplida, he dejado las carpetas inmaculadas y hasta septiembre no se mirarían, además Don Norberto (Doctor, le gusta más) se jubila; y el nuevo Míster, no tendrá ni idea de lo que allí pudo haber archivado.


Mi plan de huida es de encaje de bolillos, he sacado a Fleming de la bolsa y con una galleta he conseguido que se acerque hacia la puerta de entrada y justo la policía llegando a la verja exterior. Y al poco Jaime llaves en mano. Con un espejito controlo cuando el señor Bonet (el conserje) mete el código y se apaga la alarma. Rápido, como una centella, recorro los pasillos hasta el laboratorio de química y salgo por donde entré.


Fleming será una mimosa cabeza de turco y yo estaré en casa para las once; dije, explícitamente, que iría al cine a ver una película de espías. Y mañana, en el instituto, ni compañeros, ni profesores, sabrán el motivo de mi sarcástica sonrisilla. 

(900 palabras)