Entrada más destacada

CONCURSO DE RELATOS XLIII ED. EL CAMINO DE MIGUEL DELIBES (La cabaña del Otoño)

  CONCURSO DE RELATOS XLIII ED. EL CAMINO DE MIGUEL DELIBES La cabaña del Otoño Lo de pasar unos días o incluso semanas en un pueblo es una ...

miércoles, 30 de junio de 2021

CONCURSO DE RELATOS, XXV EDICIÓN: WILT de TOM SHARPE

 Publicado originalmente en:

https://jmvanjav.wordpress.com/2021/02/03/concurso-de-relatos-xxv-edicion-wilt-de-tom-sharpe/


CONCURSO DE RELATOS, XXV EDICIÓN: WILT de TOM SHARPE

Ella y este menda pareja desde antaño

Jacinta mi mujer, o Cintuca para todos los demás, siempre presumía de no padecer estreñimiento; tema recurrente en este pueblo después de hablar del tiempo. Pero, en cuanto llevara tres días sin vaciar la tripa, ya no había marido, vecino o extraño quien la aguantara. Hasta los mastines de Cosme el mulero, a su paso, escondían el rabo entre las patas gimiendo como cachorrillos; ya habían probado su vara de avellano, por lanzarla un triste gruñido, en mitad del hocico y de propina en el grifo de su aparato urinario. Yo eso se lo arreglé echando sobres de laxante en el azúcar, del que también alardeaba ni probarlo solo una pizca en el café; ¡Si! y otras dos o tres a escondidas, como si esas ya no contaran. Desde esa misma mañana, la cisterna empezó a sonar con la misma regularidad que la del reloj de la plaza a medio día.

Ella, era buena cristiana de cotilleo de velatorio y misa de funeral, pero rencorosa aún más. Que yo tuviera razón en algo era superior a su condición; por ello, hasta que no me lo hiciera pagar con creces, no descansaría en paz ni muriéndose. Tanta regularidad fisiológica la debió poner, en sobre aviso de mi acertada argucia. El perdón es divino; pero aquí en La Tierra, quien se la hace, se la paga. ¡Qué, buena es ella, para perdonar! y menos olvidar semejante burla intestinal, aunque a su atascado vientre la viniera divinamente.

El día que me pilló tomando un chupito, de la botella que yo bien escondía envuelta entre los manteles de la alacena, en vez de la bronca habitual, fue como mi cómplice; y se calló igual la sota de bastos antes de comerse al rey de copas. Yo pensé que había tapado a tiempo el vasito con la palma de la mano y no me había llegado a ver; error de viejo, corto de vista y torpe. Ahora que ella, ya sabía donde este menda escondía la bebida, le faltó tiempo para echarle a mi querido licor de hierbas de cincuenta grados, el polvillo de alguno de sus tranquilizantes. Total solo para controlar cuantas visitas al día yo le hacía a la alacena, por los bostezos que su pócima me hacían dar; diciéndome además, con mucha sorna, que me tomara para mejor descansar una tila antes de acostar.

Tuvimos una temporada bastante tranquila, mientras ella defecaba regularmente, siguiéndole por ese mismo desagüe su mala leche. Yo, con una cabezadita por la mañana y otra después de comer, no la molestaba en sus quehaceres domésticos compaginados con un fiel seguimiento de los cotilleos televisivos. Pero como todo se termina así nos ocurrió a nosotros, el azúcar primero y mi botella justo a continuación. Ambos repusimos existencias, pero esta vez sin adulterar, por mutuo descuido u olvido, con lo que volvimos a las andadas de la bronca diaria.

Nos dimos cuenta, a la vejez viruelas, de que discutiendo estábamos mucho mejor; sobre todo si empezábamos desde bien temprano como en el desayuno. Por la mañana ni nos hablábamos, a la hora de comer tampoco nos mirábamos, y en la siesta ni nos rozábamos. Lo mejor venía en la sobremesa de la cena, soltábamos todas las tensiones con un sexo salvaje y despiadado que buenamente podía durar hasta la segunda vez que nos levantábamos de la cama para ir a orinar. ¡Qué insultos! Vaya vejaciones verbales nos decíamos, mientras nuestros pies enlazados iban entrando en calor, no había obscenidad que de nuestra boca no saliera disparada como posta lobera. Al principio, mi repertorio de barbaridades, a ella la terminaba abrumando, y refunfuñando se acababa durmiendo. Después, su viperina lengua empezó a soltarse, y no se dejó animal del pueblo, con nombre y propietario, con el que yo no hubiera tenido las más íntimas y asquerosas relaciones. Ahora, soy yo el que finge roncar, como última y desesperada defensa.

En este último otoño noté a Jacinta rara, dejó de mirar los cotilleos televisivos y me dijo que se encontraba mal, que cualquier día me quedaría solo. Fue dicho y hecho, para superar el vacío que ella me había producido, empecé a ir al bar cada tarde. No me sirvió de mucho, nunca fui yo de echar la partida en la taberna. Y así es como, después de mi siesta, acabé yendo al cementerio para volver a estar con ella. Allí estaban todas las comadres, no faltaba ninguna, en una mesa del chiringuito, mitad cafetería y mitad floristería, de la entrada del camposanto; destripando por igual a vivos y muertos. Yo me uní a esa tertulia, tan enterada de la actualidad vecinal, a tomar mi cafetito acompañado de una espiritosa copita. Por supuesto, sentado al lado de mi Jacinta y poder rozarnos con el codo o la rodilla de vez en cuando, para empoderar algún chisme de ese frívolo noticiario local.

La vida en pareja es así de simple, ser nosotros mismos. Y decirnos una bestialidad es la mejor prueba de CCC, confianza, compenetración, y complicidad. Si de jóvenes, verdes y bobos, nos pudimos soportar; ahora, siendo dos viejos cascarrabias que no se muerden la lengua, seguimos durmiendo abrazados, importándonos una mierda todo lo demás. De hecho, si nos visita algún vecino pelma o un pariente sin prisa, cuando nos cansamos de su presencia, empezamos una de nuestras sonoras broncas domésticas para que salga espantado; y con suerte, no vuelva más.

MICRORRETO: ¡A CIEGAS!

 Publicado originalmente en:

https://jmvanjav.wordpress.com/2021/01/15/microrreto-a-ciegas/


Dicky & Ricky Agentes Secretos

El cine siempre me ha gustado, en especial las películas trepidantes y de acción. Las ruedas chirriantes y los rugidos de los motores en las persecuciones, los tiroteos interminables, las explosiones, pero sobre todo los impactos de los golpes en las peleas.


Igual, por eso mismo, tengo metido en la cabeza que yo podría ser un agente secreto muy cualificado. Reúno varios requisitos que no todo el mundo posee. Tengo un oído privilegiado, lo mismo detecto el más leve sonido que puedo, entre un montón de ruidos, filtrar una determinada conversación. En cuanto al tacto soy capaz de abrir cualquier cerradura, y seguramente hasta una caja fuerte, con la sensibilidad de mis yemas. Mi olfato no se queda atrás, antes de beber identifico el contenido, incluso si le han añadido algo para gastarme una broma. Paseando con mi perro Dicky puedo seguir a alguien sin llamar la atención; sentándome, incluso a su lado, en el parque. No tengo tampoco problemas de orientación, soy un GPS andante en cualquier situación, sin planos o brújula alguna. No tengo miedo a las alturas, ni por supuesto a la oscuridad, pudiendo cumplir misiones en cualquiera de esas condiciones. En definitiva, doble cero o no, yo sería un agente secreto cojonudo.


De hecho, en el instituto practico, Dicky como buen perro lazarillo es mis ojos y me avisa para no ser pillado.
Puede que no tenga muy claro que es eso de la luz ni los colores, pero mi imaginación es como la de cualquiera.

CONCURSO DE RELATOS, XXIV EDICIÓN: REBECA DE DAPHNE DU MAURIER

 Publicado originalmente en:

https://jmvanjav.wordpress.com/2020/12/13/concurso-de-relatos-xxiv-edicion-rebeca-de-daphne-du-maurier/

Él y Ella

Ha pasado un mes y te sigo viendo cada vez que llego a casa. Tú, al otro lado de la puerta, esperándome y según la hora con una mirada diferente. Si yo volvía pronto te brillaban los ojos y respirabas jadeante de alegría. En cambio, cuando saliendo del trabajo me dejaba liar por los compañeros para tomar el aperitivo, tu gesto era entre indulgente y recriminatorio según las rondas de alcohol con las que llegara. Por último estaba tu desidia, cuando alguna vez se me ocurría comer fuera y la sobremesa se prolongaba hasta media tarde, con esa mirada de indiferencia y abandono hacia mi presencia.


Nos conocíamos demasiado bien y, sin necesidad de hablar, solo con la mirada nos decíamos más que con cualquier conversación, explicación o excusa correspondiente. Tal vez, porque compartimos una época dura los dos de soledad y abandono, nuestra silenciosa comunicación resultó tan efectiva y correspondida.
No vienen al caso mis primeros recuerdos ni de Ella ni de ti, pero cada una de estas tardes, llegará pronto o más tarde, era lo que mi mente sistemáticamente colgaba como cuadros en esa casa tan vacía.


Sé que el final está próximo y las imágenes se me agolpan no solo en casa sino a cualquier hora ya del día. Dormir para mí ya es solo una ilusión, casi hasta el amanecer es un duermevela de fugaces sueños distorsionados por los recuerdos y la nostalgia. Al final, solo el agotamiento de tanto trajín me deja dar una breve cabezada hasta que el despertador con estridencia me la corta.


Hoy es el último día, mi último día para muchas cosas, no he podido librarme del aperitivo, ni tampoco de la comida tardía alargada hasta la hora de merendar con su sobremesa. Llegaré cargado, más de lo debido, de mi despedida laboral. Cuando abra la puerta de casa espero ver tu mirada, la que sea al otro lado, porque significará que Ella te ha traído como quedamos en la separación.


Estoy metiendo la llave en la cerradura, entre el alcohol y la emoción no atino alargando el momento de este desenlace. No estoy en las mejores condiciones para el discurso que tenía preparado, pero lo que diga medio trabado por la bebida será sincero y mi excusa verdadera. Ya no habrá más discusiones por llegar tarde, bebido, y malhumorado. Esta será mi última resaca de todo y aunque nunca llegué a ser mala persona sí fui lo suficiente egoísta para llegar a perder lo que realmente importaba.



Epílogo (para quienes quieran un final más cerrado)


La resaca es monumental y en esta medio oscuridad, temo abrir los ojos al notar la claridad del día a través de los parpados, me protejo a medida que me voy despertando. Como en un borroso sueño uno los recuerdos que no tengo claros si son reales o imaginados. Finalmente acerté a abrir la puerta y la casa estaba vacía, ni el cabrón de Luky estaba al otro lado ni Ella en el sofá esperando mis explicaciones.


Con semejante decepción solo se me ocurrió escribir una nota de excusa y a la vez despedida mientras tomaba una necesaria copa. Creo que debió ser lo primero lo que me salvó. Aún más borrosa tengo la imagen de Ella con la maleta en una mano y mi escrito en la otra mientras el perro me olisquea a mí en el sofá completamente noqueado.


Al fin puedo abrir los ojos creo que ha sido un conocido aroma lo que me ha forzado a ello. Luky está justo enfrente de mi cara sentado mirándome pensativo y Ella, de pies a su lado, me ofrece una taza café bien cargado. A pesar de la jaqueca consigo sentarme y bebo la negra infusión sin mediar palabra; mejor tomarme ese respiro antes de la sentencia. Tanto Ella como nuestro perro llegaron con retraso por un monumental atasco, eso propició que yo escribiera mi declaración y ahora llegaba la hora de la verdad.


Otro mes ha pasado y ahora nos sobra tiempo libre a los tres. Lo mío de beber ya se ha quedado en lo estrictamente necesario con la comida. Las discusiones han seguido pero mucho más espaciadas por cosas tontas y sin ninguna acritud. Luky está encantado porque ahora ya no tiene que compartir tutela y va con nosotros a cualquier lado. Ella acertó al tensar la cuerda de la relación porque al final se afinó en lo que importaba de verdad. Y Yo, ahora que sé lo que es perderla, valoro como es debido su compañía y su presencia; ahora los tres estamos al mismo lado de la puerta.


Epílogo II (únicamente para los más osados)

Él nunca tuvo perro, Luky fue el nombre que de niño puso a un peluche, encontrado entre las basuras de un contenedor. Ella tampoco existió, era cualquier atractiva mujer que por delante de él pasara. Y Él, ni llegaba a casa cada día ni nunca se jubiló, solo era un sintecho mendigando para comprar vino de cartón; y en sus etílicos delirios, se imaginaba una vida con otra condición.

Yo soy La Muerte, cita inevitable de todos los humanos, pero no albergo crueldad alguna. Pues, cuando un cuerpo ya inerte y frío me llega, dejo que sus últimos pensamientos le mantengan encendida la llama de la imaginación, para toda la Eternidad.