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CONCURSO DE RELATOS XLIII ED. EL CAMINO DE MIGUEL DELIBES (La cabaña del Otoño)

  CONCURSO DE RELATOS XLIII ED. EL CAMINO DE MIGUEL DELIBES La cabaña del Otoño Lo de pasar unos días o incluso semanas en un pueblo es una ...

martes, 15 de octubre de 2024

CONCURSO DE RELATOS XLIII ED. EL CAMINO DE MIGUEL DELIBES (La cabaña del Otoño)

 

CONCURSO DE RELATOS XLIII ED. EL CAMINO DE MIGUEL DELIBES

La cabaña del Otoño

Lo de pasar unos días o incluso semanas en un pueblo es una forma de veraneo para quienes buscan en esas fechas más tranquilidad que viajar la las típicas ciudades turísticas o pasarse el día en una playa colonizada de sombrillas. En la época estival, incluso las casas rurales pueden parecer avisperos humanos con gente deambulando todo el día y, por ende, rompiendo la armonía natural de su tranquilo enclave. 


Yo quise evitar todo eso y por ello hice mi reserva para finales del Otoño en una cabaña de montaña rehabilitada. La carretera como tal acababa a pie de valle y el paseo, lógicamente ascendente, era un camino de cabras. Por el otro lado, el de las praderías, había una pista, pero de acceso solo para los vecinos de la comarca. Mi arrendador ya me habría subido los víveres que le encargué, y yo (en mi mochila) ya llevaba lo necesario para aguantar las dos semanas concertadas.


En mi paseo, a pesar de haber perdido la costumbre de hacer caminatas, ya estaba planificando mis primeros pasos en la cabaña, como encender la chimenea y pasar revista de que no faltara nada de la comida y bebida encargada. Con esos pensamientos tan focalizados se me pasaron rápido la media hora larga de mi ascensión. La estrecha senda estaba alfombrada con las hojas de todos los árboles semi pelados del camino y el ruido que producían al pisarlas me servía como marcapasos para no despistarme más de la cuenta con tan hermoso paisaje.


La chimenea era pequeña, (al igual que la cabaña, que solo disponía de una estancia), justo enfrente de la cocina típica de leña complementada con un fogón y un fregadero. En medio una rústica mesa con tres sillas también de madera, una alacena para los cacharros y enseres básicos en el lado del fogón. Un pequeño armario y una mesita custodiaban un estrecho camastro en el hueco que quedaba libre en el lado del hogar. Este era todo el mobiliario de mi vivienda, el paisano que la alquilaba ya me advirtió que el baño era un pequeño cubil justo detrás la leñera y de que solo disponía de un depósito de agua de únicamente mil litros para lavar los enseres y el aseo personal, nada de tener agua corriente a discreción.


Por lo que respectaba a la electricidad, tampoco había suministro como tal, solo una batería y un par de placas solares en el tejado que me solventarían el alumbrado por supuesto tipo LED, pero nada de electrodomésticos o cualquier aparato electrónico de consumo medio. Hice mis cálculos y aun estando cubierto los quince días tendría energía para una lámpara sin problema, con el agua comprobé que estaba el depósito lleno, así que con duchas de tres minutos también me daría para subsistir la quincena sin carencias. En cuanto a la madera de la leñera, podría tener tanto la cocina como la chimenea todo el día encendidas, así que me quedé tranquilo.


Esa primera noche dormí como hacía años que no lo hacía a pesar de que el camastro era más duro tablao. Por la mañana, para cumplimentar el sueño, me desperté de lo más descansado y sin ganas de remolonear, así que me levanté a disfrutar de mi primer día propiamente en medio de la Naturaleza. Mientras terminaba de tomar el primer café, un rayo de luz rojiza entró por el ventanuco del lado del fregadero avisando del amanecer. Con la taza en la mano salí al exterior de la cabaña para ver mejor el momento y fue como una inspiración sentir entre tanta tranquilidad como se iba iluminando el horizonte. Mi primer día fue de exploración del territorio, en mi minúscula meseta tenía visión de ciento ochenta grados, la otra media circunferencia era la parte más escarpada de la montaña.


A pesar de convivir entre aquella aparente soledad, al estar en inmerso en tanta tranquilidad, no me suponía ninguna carencia, así que los días se fueron sucediendo, perdiendo yo por completo la cuenta de los mismos. Era como si cada amanecer fuera un reseteo del ocaso anterior y así sucesivamente. Recuerdo que cuando llovía me podía pasar horas viendo caer el agua con mi chubasquero sentando, casi agazapado, en una pila de la leñera. Por las noches, sentado en la mesa, me tomaba una copita (o dos) de ron añejo muy despacito mientras escuchaba emisoras de radio extranjeras (o únicamente el ruido de la estática) con mi receptor multibanda digital (el único artilugio electrónico con el que cargue aparte de mi inseparable ebook).


Había descubierto que tenía tiempo para todo sin estresarme, no como cuando estaba en casa, nada más tenía que ir haciéndolo sin prisa. Como tantas veces yo me había dicho a mí mismo, disfruta del camino porque es posible que La Parca te cite antes de llegar a tu destino.


Una mañana vi a mi arrendador llegar por la pista con su todoterreno sorprendiéndose al verme allí todavía. Había pasado más de un mes e iba a comprobar la cabaña y cerrarla para el invierno. Yo, lógicamente, me ofrecí a pagarle los quince días de más que había pernoctado y subí la apuesta ofreciéndome a pasar el invierno allí. De hecho, mi oferta fue comprarle la cabaña y además contratarle para subirme suministros una vez al mes. Cerramos el trato con la última copa de ron que, por fortuna, quedaba en la botella.


(<900 palabras)



lunes, 30 de septiembre de 2024

MICRORRETOS: LAS REDES SOCIALES. (La IA moderadora del chat)

MICRORRETOS: LAS REDES SOCIALES.


La IA moderadora del chat


Hace no mucho decidí darme de alta en «A tontas y locas» la red social que presumía moderarse por IA para controlar 

el respeto y la seguridad. Rápidamente, fui un Nick fijo en un canal «colegas» donde las risas compartidas, en cualquier momento del debate, era la tónica habitual. Desde el confinamiento yo empecé a trabajar en casa como muchos otros, solo que después pedí continuar siguiendo mi vida social confinada.


Ahora, con mis paliques de A tontas y locas, tengo cubierta satisfactoriamente la necesidad comunicacional no profesional. No obstante, en el último concurso de verdad o desafío me salió el reto y mis compañeros (los muy cabrones y cabronas) me mandaron a ir a una cafetería y hablar con Inka, nuestra IA y moderadora virtual.


Después de pasar dos veces por delante de la puerta, entré casi corriendo, me senté en una mesa y pedí dos cafés como mandaba el reto. A las cinco en punto me saltó una notificación del chat. Pasé un Reel mío y del lugar para demostrar que había superado mi agorafobia y yo estaba en la cafetería.


Una suave y familiar voz me llamo desde el otro lado de la mesa. Era Inka, ¿pero cómo podría ser? 

Mientras una sonriente mujer se tomaba el otro café me explicó que en el chat únicamente ella y yo éramos seres reales, el resto IAs por ella programadas; Y, viendo como yo me lo estaba creyendo todo, sintió la necesidad de ser mi amiga también en persona. 



martes, 25 de junio de 2024

CONCURSO 42 ed, LA METAMORFOSIS (fuera de concurso)

 

CONCURSO 42 ed, LA METAMORFOSIS (fuera de concurso)

El origen de todo



Anoche me acosté, como de costumbre, pasada la una, es mi hábito para que las seis horas que suelo dormir no me cojan de madrugada si me echara a una hora más temprana. El caso es que me acabo de despertar y la negrura es tan invisible a mis ojos como sólida al resto de los sentidos, sin percibir nada en absoluto, salvo mis propios pensamientos.

Sé que estoy despierto y no es un sueño o pesadilla porque desde mi negro camuflaje puedo controlar toda la puesta en escena; moviéndome, o palpando mi cuerpo, para notar su presencia. Ahora dudo de ese supuesto control, puesto que me imagino el tacto con la cama al girarme o la textura de mi propia cara.

Pienso que estoy de pies y ando atravesando la oscuridad, pero no percibo contacto alguno con el suelo, aunque tengo en mi mente el concepto de dar pasos en alguna dirección, lo mismo que la de llevar los brazos extendidos por si hubiera algún obstáculo en mi camino.

Tampoco oigo sonido alguno, haciendo que este silencio aumente mi sensación de desorientación, entre la negrura que me rodea y envuelve con tanta espesura. Mi paladar también se ha quedado inerte a cualquier sabor, imagino que me estoy mordiendo con fuerza la lengua, o tragando saliva, sin sentir nada.

Únicamente me queda ya explorar el olfato, nunca fue mi sentido más desarrollado, pero sí para diferenciar los olores, sobre todo siendo fuertes y desagradables, pero tampoco hay respuesta alguna. Ahora me siento como un ente desconexionado con su entorno, pero tan vivo como consciente de ello.

En otras condiciones esta no percepción de los sentidos me habría causado taquicardia y sudores fríos de angustia, pero el miedo también parece que me ha abandonado. Definitivamente, me he pasado al lado oscuro y mi siguiente duda, muy razonable, es si mi consciencia actual es de un ser vivo o durmiendo, me he muerto para despertarme en este literal negro más allá.

Con este último pensamiento chequeo en mi memoria buscando recuerdos olvidados, o tratando de llenar esas lagunas de datos y nombres, que tan de cotidiano en vida me llegaban a poner de los nervios. Pues sigo igual, me acuerdo de mis viejos amigos por su mote o diminutivo, pero sigo siendo incapaz de recordar sus apellidos.

Por cierto, no he dejado de caminar, aunque sea como un fantasma desde que empezó esta historia, y ya ha debido pasar un buen rato. El caso es que no noto cansancio alguno, ni siquiera en los brazos que pienso llevo extendidos para evitar tropezarme. Como sea así, toda la eternidad, vaya aburrimiento, paso de que mis sentidos se hayan desconectado; pero que no me hayan vuelto todos esos recuerdos olvidados, con el paso de los años de mi vida, me parece una mierda.

Yo, siendo ateo convencido, no tengo Dios a quien reclamar y diría que es muy frustrante, pero tampoco me cabreo por ello. Encima de un insulso, sin percepción alguna, ahora también soy un pasota, por lo que ni necesito el tan implorado recurso del pataleo; vaya mierda de película es esta de estar en el barrio de los muertos, como no ves ni oyes ni nada, podemos estar rodeados de gente igual que nosotros (muertos) sin enterarnos.

Ahora pienso en pararme como señal de rebeldía y protesta, pero como no me canso y nadie me va a ver, que me daría lo mismo. Dando una vuelta a esto, filosofando como diría aquel, le veo su lógica a que el Universo supuestamente infinito, en su mayor parte, sea solo vacío. Y ahí, invisibles para nosotros, los muertos y para los vivos al no tener materia, esa nada sea el cementerio universal. Joer estoy sembrado, acabo de descubrir el misterio de la Vida y del Universo como si fuera una adivinanza infantil, soy la hostia aunque nadie más lo sepa.

—¡Ah, qué cansado me encuentro! Tengo las piernas como si hubiera estado toda la noche caminando y los brazos me duelen más que cuando me apunté al gimnasio y me quise poner en forma levantando pesas. Voy a ver si me acuesto primero y ceno más ligero, no puede ser que el despertador me haga saltar de la cama como a una rata que ha pisado un cable eléctrico pelado. Pero lo que no acabo de entender son los moratones que tengo por todo el cuerpo, parece que me han dado una golpiza profesional, me duele todo. Esta noche me pongo una cámara de vigilancia en el cuarto, a ver si resulta que tengo un vecino cabrón que viene a darme una paliza mientras duermo. Algún chismoso me habrá visto en la farmacia coger los somníferos que me receta el médico de familia (por mis problemas de insomnio) y como yo soy el viejo cascarrabias de la comunidad se vengan así, cuando más indefenso estoy. Pero, qué gente más mala, hay hoy en día. Bueno, voy a tomarme un café bien negro a ver si me espabilo.

Respiro el aroma de mi café recién hecho y al contemplar su negrura, mientras lo soplo para no quemarme, me viene un vago recuerdo.

—Anoche soñé algo como que resolvía el gran misterio de la vida, pero no recuerdo cuál era. Esta memoria mía siempre me hace la misma jugada, ni que yo fuera sonámbulo.

lunes, 15 de abril de 2024

Concurso de relatos 41ª ed. La casa de los espíritus de Isabel Allende. (Dogy y yo)

 

Concurso de relatos 41ª ed. La casa de los espíritus de Isabel Allende

Dogy y yo

Yo nunca he tenido miedo de fantasmas o espíritu alguno y no porque no creyera en ellos, más bien porque entendía que de existir estarían en otro plano diferente a nuestro tiempo espacio. Con esa teoría mía, tan de andar por casa, me quitaba de encima cualquier temor al respecto. Sí, he tenido alguna alucinación a lo largo de mi vida, como oír voces donde no había nadie, o incluso alguna noche despertarme sintiendo un roce en mi cara, o hasta creer ver entre sueños una sombra desvanecerse.


Mi mascota, más bien mi compañero, es un perro de estos multirazas callejero (seguramente abandonado cuando dejó de ser un gracioso cachorrillo) que se buscaba la vida como podía entre las sobras de los contenedores y algunos restos de meriendas del parque, donde fijó su residencia hasta que nos hicimos amigos. Yo con poca cosa que hacer y menos ganas de rutinas diarias después de mi retiro laboral, únicamente me fije la obligatoriedad de ir paseando hasta el parque una o dos veces a la semana para no apoltronarme más de la cuenta.


El camino que tomaba era el transversal para evitar pasar por las calles más concurridas de personas y vehículos. Así mi paseo, entre la ida y la vuelta, era doble que yendo a derecho, pero a mis piernas y mi salud mental (por el ajetreo) le venía mucho mejor esto y durante esas dos horas aproximadas yo ya cumplía con mi auto obligación semanal. De esta forma, fue como conocí a un joven chucho, pero más desgarbado que esbelto por su mala alimentación; mi nuevo amigo.


Yo me solía sentar en el mismo banco siempre, el más apartado del resto, pero a la sombra entre dos buenas copas de árbol. En aquella época me llevaba una bandolera de cuero donde no faltaba un termo con café caliente y un par de sandwiches bien envueltos para que no mancharan el forro de mi rústica bolsa. Lógicamente, era mi desayuno de media mañana, que después de la hora de caminata me apetecía de muy buena gana. En aquella ocasión, justo al desenvolver mi sabroso bocadillo, noté como un hocico asomó tímidamente bajo mis pies olisqueando el manjar.


No me asusté porque rápidamente lo reconocí como el de un perro más hambriento que intimidante. Tire una esquina del triángulo de pan delante de mí para ver la reacción de mi semi oculto vecino. Este, despacio, salió del sitio y después de oler mi ofrenda con delicadeza se la fue comiendo. Me gustó esa actitud tan educada para ingerir aquellas migajas. Al final se acabó comiendo la mitad de mi desayuno como quien no quiere la cosa, pero del todo encantado.


En cosa de una semana (empecé a ir a diario al parque) mi nuevo amigo ya me iba a buscar a la entrada del parque e íbamos juntos al banco a desayunar. Yo ya fui previsor doblando la cantidad de comida. Al marchar, el animal también hacía el camino de vuelta, pero a unos metros de la entrada se despedía al quedarse parado y no siguiéndome más. Fue entonces cuando tuve la idea de adoptarlo y le compre todo lo necesario para trasladarlo a mi piso. Fue curioso que, cuando le puse el collar, aceptara también de buen grado ir de la correa, pensé que él ya lo tenía previsto; lo mismo que, la parada en el veterinario, para su revisión y el resto del papeleo.


La primera noche en casa tampoco fue problemática, seguro que Dogy recién vacunado lo que más querría seria descansar. Siendo su primera noche bajo techo quise que estuviera calentito en la sala y como en febrero la casa estaba todavía algo fría, puse mi vieja catalítica de butano para caldear un poco la estancia. Yo también esa noche estaba más cansado de la cuenta y me acomodé en el sofá viendo un Western clásico por el televisor, al poco ambos nos debimos de dormir muy placidamente. La película se me fundió en negro y yo creo que esa noche ni soñé. La luz de la nueva mañana nos despertó a los dos y como no, fuimos sin falta al parque. Sentarnos en aquel banco más apartado era nuestra costumbre y ahora, viviendo ya los dos juntos, no teníamos por qué cambiarla.


Esa es una rutina que nos muy viene bien a los dos, después de ese largo paseo, al llegar al hogar, solo nos apetece acostarnos y dormir. Yo desde entonces, con mi compañero en casa, descanso como nunca, es cerrar los ojos y todo se funde en negro a mi alrededor, sin sueños o pesadillas molestas hasta despertar a la mañana siguiente. Al final, gracias a Dogy mi perro hijo de mil razas, las rutinas me resultan imprescindibles; de antes, seguramente, las rechazaba por estar solo más como una pataleta que por rebeldía.


Hoy, sentados en nuestro banco, se han puesto al otro extremo una pareja de media edad hablando acerca de un viejo y su perro que llevaban un mes muertos por el monóxido de carbono. No me he enterado de mucho más, pero sí que hay gente descuidada y no es consciente de lo peligroso que puede resultar una vieja estufa de butano. Bueno, veo que Dogy está correteando con otros perros, aunque solo uno parece verle y jugar con él; no hay prisa, podemos seguir, tranquilamente, un rato más aquí.



(898 palabras)





jueves, 15 de febrero de 2024

CONCURSO DE RELATOS 40ª Ed. EL VIZCONDE DEMEDIADO de Italo Calvino




El Alma se viste con negra capa


Cuando mueres, no vas al Cielo o al Infierno, según tus actos hayan sido buenos o malos. No voy a decir que sea una falacia de los diversos cultos religiosos, pero sí que es una verdad a medias bastante discutible. Que nacemos inocentes y puros es un hecho, al igual que también con un lado oscuro, y que según vayamos actuando en la vida se irán desarrollando. Por eso, cuando nos llege la hora, nuestra brillante Alma estará cubierta, con una fina o más espesa, capa de oscuridad.

Y como nadie ha vuelto del otro lado a desmentirlo, seguimos con la misma canción. Otro argumento basado en una especulación, o sea que si quieres te lo crees o no. Ahora voy a hacer un espóiler de esa película, así que a quien no le guste saber lo que pasa en esa situación pasar mejor no siga leyendo. También es únicamente mi palabra, puede dársele crédito o tomarla como la ensoñación de un desequilibrado.

Avisados, los navegantes, paso a contar mi experiencia:

Yo no era ni bueno ni malo, mis sentimientos, algo de moral, y una pizca de ética, mantenían a raya mis deseos más oscuros. Por eso de cara afuera pasaba por un tipo tan corriente como cualquier otro, pero de puertas adentro tenía mis cosillas y hasta alguna reprimida maldad. Mi última acción en el mundo fue, precisamente, un momento de tensión entre los buenos principios y una de mis negras inquietudes. 

En mi jubilación empecé a cumplir dos deseos que tenía ya desde crío, leer y viajar en tren. Era algo que gracias a mi abono ferroviario podía hacer con bastante regularidad. Mis trayectos eran de media distancia, iba por la mañana volviendo esa misma tarde y durante el camino me leía una novela de aventuras, o intriga, como las de mis años jóvenes; nada de cosas complicadas.

Durante mi último viaje, ya de vuelta enfrente mío, se sentó una señora algo menos mayor que yo, pero con buen porte y elegante. Después de cruzarnos un breve saludo con dos palabras y un gesto, ella sacó un libro (creo que de poesía, no es mi fuerte) y me imitó la pose lectora.

Mi lado oscuro tomó el control de la situación, no permitiéndome continuar con mi aventura literaria. Tengo una debilidad enfermiza, y es mi timidez, con las mujeres que me resultan atractivas, pero mi diablillo busca la forma de compensarlo quitándolas algo suyo; nada valioso, más bien simbólico, como un cigarrillo o un pañuelo de papel.

La hora siguiente me la pasé pensando que recuerdo de esta mujer me podría llevar, lo necesitaba imperiosamente. No había nada a la vista que me sirviera, igual fumaba pero en el vagón no tenía excusa y tampoco yo poseo Rayos X para ver a través de su bolso. Me puse muy nervioso cuando me di cuenta de que un botón de la manga de su blusa andaba colgando, pero aun siendo un buen trofeo no encontraba el modo para arrancárselo sin que se diera cuenta.

Estaba por completo fuera de mí y gracias al libro que me tapaba la cara, si no creo que mi compañera de viaje habría adivinado mis oscuras intenciones. Intentando disimular mi inquietud mirando por la ventanilla fue cuando en su lado de mesita había dejado una tira de cartulina serigrafiada con una publicidad, era un marcapáginas; sea como fuera, antes de salir del tren, habría de ser mío.

Cuando se encendieron las luces, por el ocaso de la tarde, cerré mi libro y lo posé muy cerca de su señalizador, únicamente restaba de que ella se olvidase de él para poder ocultarlo dentro de mi novela de aventuras. Con premeditación, alevosía, y nocturnidad, aproveché la entrada al último túnel para recoger mi libro con el marcapáginas en su interior.

Al ir a guardar la novela en mi bolsa de viaje, ella súbitamente cerró su libro para hacer lo propio. Y fue entonces cuando mi temblona mano dejo que se escarpara la tira de cartulina que revoloteo hasta los pies de mi acompañante. Ella, al verlo planear, con un tono entre serio e irónico, me dijo que me lo podía quedar. Yo me sentí morir de la vergüenza y así fue.

Mi Alma se desprendió de su capa negra y como un pájaro se fue volando a una infinita nada, tan oscura como su plumaje. Ahora, ya desprovisto de mi maldad, la parte pura empezó a vislumbrar una claridad creciente que lo inundó todo con su luz. Estaba claro que yo había cruzado el otro lado, por eso quise hacer una prueba para ver si mi luz podía conectar con mi oscuridad. Hice un esfuerzo supino como de cerrar los ojos y, efectivamente, una negrura volvió a cubrir mi Alma. Repetí el experimento varias veces, con el mismo resultado, hasta que note como un zarandeo que me arrastró hasta al mundo de vuelta.

Las mejillas me ardían como si, además del rubor, también hubiera sido abofeteado. Mi compañera de viaje, me miró aliviada al verme abrir los ojos y creo que, hasta me medio abrazó, por mi regreso de la muerte.

Esta es mi historia y mi amiga Lea lo puede corroborar, me salvo la vida y me curo de paso la timidez. Aquel mismo día, saliendo de la estación, la pude invitar a cenar sin siquiera tartamudear.

(<900 palabras)



miércoles, 31 de enero de 2024

Los colores (El Tintero de Oro) Otra participación

Los colores

Blanco y Negro

Yo soy escritor de tomar notas para que luego mis momentos de lucidez creativa no se vayan por donde vinieron. Así que siempre llevo un pequeño cuaderno de tapa fuerte y un portaminas de trazo medio para anotar cual detective literario, las claves que mis musas me han mostrado.

Aquella hermosa tarde me invitó a sentarme, a contemplar el mar en calma, y al momento empecé a visualizar una aventura en un crucero vacacional. Con mi mirada perdida en el horizonte fui viendo toda la película.

Traté de anotar algo en mi cuaderno para no perder nada de aquella historia de romances y robos de guante blanco. Pero para mi desdicha mi libreta quedó tan blanca e inmaculada como cuando la saque del bolsillo.

Al llegar a casa ya se me habían olvidado todos los detalles interesantes de aquella aventura marítima. No obstante, me senté enfrente del teclado y saque mi cuaderno por completo en blanco.

Con calma fui pasando las hojas al tiempo que tecleaba sin pausa. Cuando llegué a la última hoja en blanco ya tenía en la pantalla escrita una historia náutica completa; pero el barco era un viejo velero, compitiendo en una regata transoceánica, con una variopinta tripulación.


Hasta un cuaderno en blanco puede hacer volar la imaginación

lunes, 29 de enero de 2024

Los colores. (El Tintero de Oro)

 

Los colores

La ruta

Los días soleados invernales, de impoluto cielo azul, son señuelos para caer en la trampa de hacer una ruta de montaña. Aquel sábado coincidió que todos mis compañeros de caminatas estaban celebrando tan buen tiempo fuera de la ciudad, pero yo opté por darme un paseo por la senda del valle que rodeaba el parque del Pico Blanco. Sí, eran veinte kilómetros, pero de baja dificultad, con todos sus caminos y cruces muy bien señalados. Mi excursión comenzó a medio día, pero para la hora de la merienda ya estaría de vuelta.

El azul entre las copas peladas de los árboles contrastaba con la fina alfombra de nieve que cubría el camino, siendo algo más espesa en el sotobosque. Con el sol a mi espalda, iluminando tan hermoso paisaje, yo no podía por menos que parar (a cada momento), para inmortalizarlo en Instagram.

Mi entusiasmo artístico se truncó cuando el anaranjado ocaso (junto con la batería del móvil) me hizo recordar que todavía estábamos en invierno con menos horas de luz. Por la última indicación me encontraba justo a mitad de camino y, tanto seguir adelante como retroceder sobre mis pasos, me daría lo mismo.

Mientras iba entrando la noche, también una bruma empezó a llenarlo todo hasta convertirse en una tupida niebla, tan gris como húmeda; sentenciando así mi caminata. Acabé totalmente desorientado, en tan fotogénico escenario, con aquella parca negrura. Yo nunca pensé que esta sería mi última ruta; pero, para la prensa del lunes siguiente, así fue.