Por mediación de El arca de las palabras del blog de Úrsula un nuevo relato para la ya conocida Tertulia de las diez.
Había ahorrado toda su vida para hacerse una casa de dos plantas, en su barriada todas las viviendas, con su jardincito delante y su huerto detrás, eran de un solo piso. Él había comprado la finca que estaba libre al tiempo que sus vecinos pero quiso significarse, era su sueño, y su vivienda tendría dos alturas.
Aprovechó el año que arregló el tejado, ya lo tenía preparado y le subirían metro y medio de tabique encima del techo, lo justo para no tener problemas con las ordenanzas municipales. Su agaterado le daría para dos pequeñas habitaciones, una salita y un aseo, su sueño hecho realidad.
Al margen de su fama de tacaño no era un mal vecino; devolvía siempre los saludos, ya que él nunca saludaba primero; dejaba sus herramientas, pero si era para más de un día, cobraba un pequeño alquiler, de ahí parte su fama; el día de la fiesta, aportaba la sidra, esta vez, totalmente gratis, sus manzanos ningún año le dejaron en mal lugar.
Cuando la obra estuvo terminada, estéticamente, resultaba como un gran pegote puesto arriba. Era lo que él quería pero al verlo quedó defraudado y no sabía que solución podría darle. Después de unos días dando vueltas al tema y las mismas noches sin dormir por lo mismo, se le ocurrió que... puesto que su casa estaba en una pendiente, por encima de la calle, con medio metro que rebajara por delante, ya quedaría más compensada de aspecto su casa de dos plantas.
Efectivamente, esos cincuenta centímetros le dieron la presencia que él quería para su casa de dos plantas. Sus tres escalones hasta el porche ahora eran cuatro y no cinco porque ya no podía rebajar más el terreno, era pura roca, así que el primer o el último peldaño, según se suba o se baje, tenía más altura que el resto. Un detalle menor si no fuera por los continuos tropezones y caídas, más de lo habitual, que le ocasionaría.
Ese fue el último año que él aportó sidra a la fiesta, después de romperse el tobillo izquierdo y, casi de seguido, la cadera de la otra pierna, los escalones le daban fobia. Vendió su casa de dos plantas, y se mudo al barrio vecino, donde los adosados están a pie de calle.
Conseguir los sueños puede llevar toda la vida y merecería la pena contemplar si merecen, realmente, la pena el sacrificio y lo que podamos perder en el camino.
JM Vanjav WordPress
Había ahorrado toda su vida para hacerse una casa de dos plantas, en su barriada todas las viviendas, con su jardincito delante y su huerto detrás, eran de un solo piso. Él había comprado la finca que estaba libre al tiempo que sus vecinos pero quiso significarse, era su sueño, y su vivienda tendría dos alturas.
Aprovechó el año que arregló el tejado, ya lo tenía preparado y le subirían metro y medio de tabique encima del techo, lo justo para no tener problemas con las ordenanzas municipales. Su agaterado le daría para dos pequeñas habitaciones, una salita y un aseo, su sueño hecho realidad.
Al margen de su fama de tacaño no era un mal vecino; devolvía siempre los saludos, ya que él nunca saludaba primero; dejaba sus herramientas, pero si era para más de un día, cobraba un pequeño alquiler, de ahí parte su fama; el día de la fiesta, aportaba la sidra, esta vez, totalmente gratis, sus manzanos ningún año le dejaron en mal lugar.
Cuando la obra estuvo terminada, estéticamente, resultaba como un gran pegote puesto arriba. Era lo que él quería pero al verlo quedó defraudado y no sabía que solución podría darle. Después de unos días dando vueltas al tema y las mismas noches sin dormir por lo mismo, se le ocurrió que... puesto que su casa estaba en una pendiente, por encima de la calle, con medio metro que rebajara por delante, ya quedaría más compensada de aspecto su casa de dos plantas.
Efectivamente, esos cincuenta centímetros le dieron la presencia que él quería para su casa de dos plantas. Sus tres escalones hasta el porche ahora eran cuatro y no cinco porque ya no podía rebajar más el terreno, era pura roca, así que el primer o el último peldaño, según se suba o se baje, tenía más altura que el resto. Un detalle menor si no fuera por los continuos tropezones y caídas, más de lo habitual, que le ocasionaría.
Ese fue el último año que él aportó sidra a la fiesta, después de romperse el tobillo izquierdo y, casi de seguido, la cadera de la otra pierna, los escalones le daban fobia. Vendió su casa de dos plantas, y se mudo al barrio vecino, donde los adosados están a pie de calle.
Conseguir los sueños puede llevar toda la vida y merecería la pena contemplar si merecen, realmente, la pena el sacrificio y lo que podamos perder en el camino.
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