El último año del PSOE en el poder, con un iluminado Rubalcaba, llevando las riendas sólo para pasear el fracaso de su última legislatura, haciendo promesas pre-electorales que ya no creían ni los incondicionales del partido, supuso dejar la puerta abierta, de par en par, para el cambio que tanto prometía la oposición de Rajoy.
Con tantas facilidades y una elevada abstención, coherente con el desencanto del último gobierno, las urnas dieron una mayoría absoluta al entonces Partido Popular (hoy por hoy de lo más impopular). Posiblemente, ganaron con un resultado más cómodo del que ellos esperaban, y el cambio de poder se hizo efectivo.
Tanto fue así, su éxito en las urnas, que las promesas electorales, tan halagüeñas para sus simpatizantes como para los decepcionados de la gestión de ZP, desaparecieron en cuanto tomaron posesión del cargo, como primer punto del día, dentro de su nueva gestión de gobierno.
Sin esperar a nada, como si ya tuvieran su libro de ruta definido, las reformas y los recortes sociales empezaron en los famosos consejos de ministros de los viernes. Y, antes que las Navidades llegaran, ya nos habían quitado los regalos, el carbón y lo más doloroso, las ilusiones.
Así ya llevamos casi dos años y, en la mitad de su mandato, nos hemos quedado hasta sin memoria. Nos recordamos a los que lucharon por todos estos derechos y, menos aun, de lo que costó conseguir todo esto. Que ahora, a golpe de decreto, nos quitan ninguneandonos, cada viernes que les toca consejo. Es vergonzoso que la sanidad y la educación, referentes del estado de bienestar social, hayan sido precisamente los aspectos más desangrados de los famosos e infames recortes. Pero, por nuestra parte, es igual de deshonroso que se lo permitamos sin oponer resistencia. Yo creo que una manifestación ciudadana, masiva de verdad, sin siglas ni banderas, solamente como personas ejerciendo su derecho, es una toma de fuerza que no puede ser ignorada.
Ciertamente, cuando la cosa esta mal, hay que apretarse el cinturón y tomar medidas impopulares. El problema es que si no se echan bien las cuentas, como así ha sido el caso, se acaba yendo a lo fácil: subir impuestos, IVA, rebajas salarios, etc. Pero, lo que es imperdonable de verdad, es que haya sectores como la iglesia, los partidos políticos o los ricos, que no se han visto afectados y pasen esta crisis de rositas a cuenta del resto.
Tenemos autenticas sanguijuelas manejando el dinero público, como si fuera suyo, y encima queriéndonos hacer creer que lo gestionan correctamente y con trasparencia. Viendo el reparto que hacen del presupuesto, queda claro que les interesa mantener y que es secundario.
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