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miércoles, 10 de enero de 2018

Leyendas urbanas de mi ciudad I

 La pareja de la plaza mayor


Mi ciudad de provincias no es lo suficientemente pequeña para que nos conozcamos todos pero, sus leyendas urbanas, si son conocidas y contadas en cualquier bar o susurradas hasta en el último callejón.

La primera historia que recuerdo es la de la pareja de la plaza mayor. Cuentan que eran muy conocidos de verlos pasear todas las tardes arriba y abajo del recuadro. Un día se pararon en la esquina de la farola y los vieron como despedirse, algo raro porque siempre entraban y salían, los dos, paseando de la mano.

El caso es que a partir de ese momento, había noches que se veía una chica esperando en esa esquina de la farola y lo mismo que aparecía también desaparecía. Otros días, ya de madrugada, se oían pasos cruzando la plaza rápidamente hasta llegar a esa esquina, una silueta de hombre se detenía y ya no se sabía más de él.

Todavía, bien entrada la noche, mucha gente ha visto en la farola de la esquina de la plaza a alguien, una mujer como esperando, y al llegar a su altura desaparecer. Y en otras ocasiones, ya de madrugada, oír pasos cruzando el adoquinado con paso ligero hasta la susodicha esquina y desaparecer también, sin volver a oírse paso alguno más.

Puede parecer una simple leyenda urbana de una ciudad de provincias pero yo también, en alguna ocasión, en el silencio de la noche, he oído pasos que, al llegar a la farola de la esquina, han desaparecido. Y a la mujer o la chica también, desde mi garita, he llegado a verla, y al momento, ya no estar, desaparecer. Llevo treinta años de vigilante nocturno de la plaza mayor de esta pequeña ciudad y lo puedo jurar.

JM Vanjav WordPress

El puesto de la señora Jacinta


La señora Jacinta tuvo un puesto de chucherías, de las de verdad, toda su vida. Desde las chufas hinchadas en agua, hasta las aceitunas en fuente de barro, o las manzanas de caramelo, pirulis y hasta regaliz de palo.

Pasar por esa esquina obligaba a volver la vista ante tan ricos manjares para niños y adultos, estimulados por esa mezcla de aromas a dulce y salado. En otoño sus castañas asadas provocaban colas y todos, al transitar por allí, nos sentíamos tentados de ponernos a la fila.

Un año la Parca no perdonó a la buena señora Jacinta y se la llevó de su puesto, sin avisar, dejando las manzanas a medio caramelizar entre sus dulces y salados compañeros de mostrador. Su quiosco de chapa estuvo una buena temporada cerrado hasta que el ayuntamiento, al no haber nadie interesado, lo levanto y se lo llevó. 

Hubo un reconocimiento en un pleno que se aprobó unánimemente, por una vez la persona estuvo por encima de las siglas políticas.  

En su honor colocaron un enorme macetero con un olivo y una placa recordando su querido puesto.

Aquí estuvo más de medio siglo el popular puesto de chucherías de nuestra querida señora Jacinta D.E.P. 1968.

JM Vanjav WordPress

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