Las vacaciones son esos períodos del año que solemos destinar para hacer esas cosas que, durante el resto del tiempo, siempre encontramos alguna excusa para no realizar por falta del ídem. Antes de empezar pensamos y nos creemos capaces, durante esos días o semanas de asueto, de realizar todas o algunas de las tareas pendientes, sin dejar de descansar y disfrutar de lo lindo.
Lo normal, en mi caso al menos, es tener una lista mental de todo de lo que me he ido escaqueando durante el resto del año. Hay cosas que son prioritarias y otras que se van añadiendo por la expectativa de las numerosas horas libres de las que vamos a disponer. La verdad es que las intenciones iniciales son honestas, pero las circunstancias ya se encargarán de que, muchas de ellas, se queden sólo en buenos propósitos.
Al comenzar las vacaciones vemos un extenso horizonte de tiempo que nos hace creer que vamos a andar sobrados y que nos pondremos al día, con la lista, en cuanto empecemos a navegar. Craso error, los primeros días son de resaca del estrés acumulado y se dedican casi en exclusiva al descanso y a horas contemplativas sin mas. El hecho de que el despertador no nos condicione el resto del día, es el comienzo de nuestro merecido descanso, y del fin de la cumplimentación de la mayoría de las tareas pendientes.
Después, de estrechar las relaciones con Morfeo y de pasar un saco de horas muertas como un adorno mas del salón, vienen los días señalados con imposiciones de si o, también, si. A regañadientes, se hace lo imprescindible de todo lo previsto, el tiempo destinado se nos queda corto y se agota con las complicaciones que nos surgen, ya por imprevistas o por simples retrasos. Así, algo que estimábamos hacer en un par de horas, nos lleva la jornada completa confirmando, al pie de la letra, la Ley de Murphy.
Por el hecho de estar de vacaciones, este tipo de actividades, las de la lista, reavivan ese estrés que ya empezábamos a tener controlado. El resultado es que los últimos días son una mezcla de todo, necesidad de descanso, ansiedad por tachar cosas de la dichosa lista y mentalizarnos para la vuelta a la rutina habitual. Como es de esperar, nuestro rendimiento deja mucho que desear con semejante cóctel y, o bien somos esclavos de nosotros mismos y nuestras malditas tareas; o bien, las dejamos de lado para gastar lo que nos reste de tiempo, al igual que un río próximo a la desembocadura, con calma y sin prisa.
El balance parece desolador y de cierre, a la vista de que todo lo que teníamos pensado para hacer o tachar y que se nos ha quedado pendiente. Al repasar mentalmente las cosas, nos vuelven a aparecer revoloteando, pero ahora ya sin tiempo material para solventarlas. La puntilla es que, seguramente, algún asuntillo más, se nos ha subido al debe y nos quiere acabar de abrumar, a última hora.
Hay que ser honestos y sinceros con nosotros mismos, las vacaciones son para saltarse la rutina y, si bien no disfrutarlas tan plenamente como deseamos, al menos, si poder descansar sin condiciones. Lo que se ha quedado, inacabado o no empezado, es sencillamente porque no era tan importante, y lo nuevo que haya podido aparecer, ya se tendrá en cuenta en las próximas vacaciones. Ahora sólo nos queda prepararnos para la guerra diaria y sin pretender ganarla el primer día de trabajo.
Además, una puñetera lista de tareas para las vacaciones es, por si misma, una rutina más para poner en cuarentena, al menos si pretendemos descansar :P
Se nota que hoy mi último día de asueto y quería tachar, aunque fuera simbólicamente de mi lista de pendientes, Activar blog con un post. Que menos que: Quedar bien consigo mismo, con un toque cínico para animar un día tan desapacible (víspera de retorno), que hasta el tiempo lo imita con un un día de perros.
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